Carta tras un naufragio
Mamá, te has tenido que ir de esta cruel manera dejándome un vacío en lo más hondo de mi ser. Los ángeles del cielo claman alegría por tenerte entre ellos.
A tu lado me enseñaste a ser mejor de lo que era solo con ver el reflejo de tu bella persona. Recuerdo cómo ya desde mi más tierna infancia me besabas en la mejilla cada noche al acostarme, con tu dulce beso nos arropabas a mí y a mis hermanos. Cómo por las calles me cogías de la mano para no perderme y darme seguridad con tu más puro amor de madre.
Siempre fuiste una mujer buena entre las buenas, la que más, fuerte, compasiva con el más débil, caritativa, con tu arraigada espiritualidad, con un buen consejo de tus labios que regalarme, sabia, luchadora, sacrificada y sencilla, con un alma pura y noble, siempre dispuesta a obsequiarme con tu preciosa sonrisa hasta en tus momentos más difíciles en los avatares de la vida.
Recuerdo como fuiste mi apoyo cuando tuve esos años durísimos de la vida. No querías que me rindiera y conservaste tu constancia y tu lucha para que fuera una persona mejor hasta convertirme en la buena mujer que soy o eso intento por lo menos. Lamento como te fallé en esos horribles años hasta que me enmendé. También recuerdo cómo nos educaste y nos criaste a mí y a mis hermanos.
Tampoco olvidaré cómo eras el alma de la fiesta, tan competente en los saraos familiares y en nuestras vidas. Cómo me contabas anécdotas de tus años de trabajos desde jovencita o de tus teatrillos de cría en el patio de tu amiga entre los niños y las niñas del barrio cantando aquello de «a la sombra de una sombrilla»…, la canción que cantaba mi «Lela», con vestiditos de papel de colores que os hacíais junto con lacitos también de papel, canciones a cambio de una perrilla chica y que después os gastabais cómo buenas amigas en chufas, pipas y «pelaillas». Me contabas que esos tiempos eran irrepetibles. Siempre te decía que seguro eras la niña con la que todos los chiquillos y chiquillas querrían jugar.
Gracias por enseñarme a ser tan trabajadora desde mi adolescencia en el negocio familiar mientras estudiaba, compaginándolo con todos los otros trabajos que tú me animabas a hacer, a ser buena hija y hermana y amiga, a tener voluntad y a no dejarme abatir por los problemas.
Dios quiso quitarte de mi lado y que ahora yo sintiera este terrible dolor que me acompañará siempre en el corazón, aunque con el tiempo pueda volver a sonreír, como a ti te gustaría que hiciera.
Mamá, espero que allá donde estés puedas verme y sentirte orgullosa de quién soy con mis virtudes y defectos, con mis luchas, ilusiones y anhelos.
Como siempre te decía: «Eres mis alas y sin ti no sé qué haría». Pero ahora tengo que vivir sin ti.
Tu hija, con amor.
Cati Martínez Martos
Nací en Linares, Jaén. He trabajado desde adolescente en el negocio familiar, en las vacaciones, compaginándolo con los estudios y otros trabajos a lo largo de toda mi vida, ya sea con personas mayores y otros muy diferentes desde la Universidad.
Fui voluntaria ejerciendo como maestra en un colegio de niños-as desfavorecidos-as, así como voluntaria de la Cruz Roja un tiempo con una persona mayor.
Mi pasión es el Rock and roll de los años 50 y el Rockabilly nacional de los años 80 y 90 ya que soy una chica rocker desde 1989. Mi otra gran pasión es la lectura desde que era una niña con los Zipi y Zape, Mortadelo…
En momentos de inspiración he escrito cositas solo para mí o para la familia y para algunas amistades como pensamientos, sentimientos y reflexiones desde adolescente, un minirrelato en la pandemia y una novela y un escrito sobre mi propia experiencia rock and rollera…
Ahora formo parte del Taller de Escritura Creativa de Antequera desde Abril de este año. Vivo En Antequera desde hace muy poquitos meses.
Soy muy sensible con la familia y con la gente que viven malas situaciones. No soporto las injusticias de la vida.