‘FUTURO PERFECTO’ | Por Rosa Arjona

FUTURO PERFECTO

Blanca entró en la casa de su padre, al ver que  estaba con Felipe, dio un suspiro de alivio al verlo tan tranquilo. Estaba contándole  su estancia hospitalaria. A su manera, por supuesto.

—Felipe, han sido días muy malos. Si alguna vez te sientes mal, no se te ocurra ir allí. Te pinchan a todas horas, mira como me han puesto de moratones. Los primeros días los pasé en un sitio con cables y chismes pitando por todas partes. Yo nunca he visto una central  eléctrica, pero tiene que ser algo así. Estando allí, un día cuando entraron mis hijos a verme…Bueno, eso te lo cuento después más despacio. Al tercer día me llevaron a una habitación, la cosa ya mejoró un poco. Tuve la suerte de que mi cama fuera la de al lado de la ventana y hasta me daba un rayico  de sol en la cara. Pero qué horarios más raros tenían para todo y que manías más extrañas;  me despertaban todos los días metiéndome una cosa en la oreja para ver si tenía fiebre. Era el primer repullo  y a partir de ahí podía pasar cualquier cosa. Hasta que llegaban las doce de la noche, no paraban de inventar. Imagínate que, cuando estaba tan a gustico en el primer sueño, aparecía una enfermera para darme un vaso de leche. «¿Qué leche ni leche? ¡Si a mí no me gusta la leche!». Pues, por más que se lo decía, no se enteraban. Ahora que lo mejor fue el número de mis niñitos. Un día, en la central eléctrica, estaba yo medio dormido, pero ellos creyeron que lo estaba del todo y mi Poli chico va y le dice a su hermana muy bajito:

—¿Dónde tiene papá la cartilla

—Ni idea —le contestó ella.

—Es que, con la venta del olivar de abajo, cogió un buen pellizco. Después de esto no creo que se quede muy allá. Hay que tener cuidado y recogérsela. 

—¿Qué te parece? Don Hipólito (así le dice el portero finolis de su casa),  preocupándose en aquellos momentos más por mi cartilla que por mí?

La última vez que pasé unos días en su casa, prometí no volver. Imagina que tenían una chica inglesa viviendo con ellos y con ese cuento allí todos hablaban (o chapurreaban) la lengua de Shakespeare. Me sentí un cero a la izquierda. Solo entendía al gato, que decía ‘miau’ en español.

Ahora que estos no se salen con la suya. Mira, Felipe, la cartilla nos la vamos a fundir entre tú, la Yuli y yo. Con el coche de ella nos vamos a ir los tres a ver mundo. Primero iremos a Sevilla, ya que desde que hice la mili tengo ganas de volver a ver la Giralda. Y después… ¡ya veremos! Lo mismo nos vamos a Perú y conocemos a la familia de Yuli, que seguro que es mejor que la mía. Total, según le escuché un día decir a los médicos, me quedan sólo unos 3 meses…

Mañana, cuando venga a limpiar, se lo proponemos, seguro que le gusta la idea. Ella es como nosotros, joven y aventurera…

—¡Jajaja!

–!Guau, guau! —ladró Felipe, movió el rabo con alegría y saltó sobre él, llenándolo de lametones. 

Rosa Arjona

Rosa Arjona Nació en Priego de Córdoba. Vivió su niñez y juventud en Granada, donde cursó estudios de Peritaje Mercantil.
Desde 1969 vive en Antequera, donde primero ejerció como madre y ama de casa y más tarde en su Hospital, como auxiliar administrativo hasta su jubilación.
Ha colaborado con relatos, en tres libros publicados por el Taller de Escritura Creativa, al que pertenece.
Sus dos grandes hobbies son leer y escribir: «el primero por aprender y soñar y el segundo por el mero hecho de compartir ideas y vivencias».

Es una gran persona, según decimos mucha gente y una escritora «de pro», como podéis comprobar.