«Un foráneo en el paraíso» | ChLL para atqmagazine
Como cualquier persona, intento buscar para mi vida cotidiana un camino de bienestar emocional en paz y con bondad que me haga disfrutar de estar y de ser. Hoy he conocido en su sala de clases a Silvia Barrera.
Si la hubiera conocido en la calle en la casualidad de alguna conversación amable, en un semáforo o en la caja de un supermercado, habría pensado de ella que era un ángel bajado del cielo para enseñarme a vivir.
Me suele pasar en esta tierra de Antequera donde habitan tantas buenas gentes, que disfruto de ratos maravillosos de conversaciones que parecen detener el tiempo. El ritmo de esta ciudad y la amabilidad y sabiduría de muchas de sus gentes, lo facilita. No solo por lo que se dice, también por lo que se siente mientras se escucha. 
Me ocurrió así cuando conocí a Silvia Barrera, profesora de Hatha Yoga y especialista en Yoga Terapéutico. Me deslumbró, porque estamos en un mundo que corre, y ella camina. Porque estamos en un tiempo que grita, y ella susurra. Y porque metido, como estamos muchos, en un ritmo de vida y en una sociedad que busca fuera, ella nos recuerda que todo comienza dentro.
A veces basta estar frente a alguien para intuir que su presencia tiene algo sanador. Con Silvia ocurre eso. Habla despacio, pero con firmeza; mira con calma, pero con intensidad. No hay en ella afectación ni exotismo, sino una serenidad cotidiana, una luz de andar por casa que te contagia sin pretenderlo.
Me habló de que somos equilibrio y que nuestro cuerpo cuenta historias.
Hay en sus palabras una sabiduría serena, dice que fruto de muchas horas de práctica y de escucha. Porque Silvia no enseña solo posturas (asanas); enseña a oír al cuerpo como quien traduce un lenguaje antiguo.
Me cuenta que el cuerpo habla cuando la mente calla. Que un dolor de espalda puede ser una carga que no te pertenece. Que un problema en las rodillas, puede ser una resistencia a aceptar. Que las emociones no gestionadas se transforman en tensiones físicas, que …
Ahí entra el yoga terapéutico, su especialidad. Una disciplina que conecta la anatomía con la emoción, la respiración con el alma. “Cuando alguien viene a verme, me contesta cuando le pregunto cómo son sus clases, no le pregunto solo dónde le duele. Le pregunto qué le ha pasado, qué cambió en su vida… Porque cada dolor tiene una historia.”

Cada sesión, dice, son como pequeñas entrevistas con uno mismo, un espacio donde el cuerpo y la conciencia dialogan sin palabras.
Silvia es mejicana y lleva más de trece años enseñando yoga en Antequera, pero su formación comenzó mucho antes, entre 2006 y 2010. Cuatro años de estudio, un máster y una especialidad en yoga terapéutico la condujeron hacia lo que hoy entiende como su vocación más profunda, acompañar a otros a encontrarse consigo mismos.
“Todo yoga es Hatha Yoga. Me dice con una sonrisa nada impostada. Hatha significa sol y luna. Si trabajo tu parte derecha, debo equilibrar la izquierda. Si abro el pecho, debo liberar la espalda. En realidad, se trata de eso, de equilibrio. Ni más ni menos.”
Y mientras la escucho, comprendo que no habla solo del cuerpo, sino de la vida. Ese equilibrio del que habla, también está en las relaciones, en las emociones, en el modo de afrontar lo que nos «duele».
«Charles, métetelo en la cabeza, el yoga no es una religión ni una moda. Es una filosofía de vida que cualquiera puede practicar. No se trata de huir del mundo, sino de vivirlo y habitarlo de dentro hacia fuera».
Más allá de la esterilla, Silvia me desmonta con dulzura uno de los grandes mitos del yoga:
“Alguna gente cree que hacer yoga es colocarse sobre una esterilla y mover el cuerpo. Pero practicar yoga empieza mucho antes. Empieza cuando entras por la puerta, te sientas, cierras los ojos y te escuchas. En ese instante, ya estás practicando.”
Antes de las posturas (asanas), propone unos minutos de silencio y respiración. “Venimos acelerados, dispersos, con la mente en cien cosas. Respirar conscientemente nos devuelve al presente.”
Su voz se convierte entonces en un hilo conductor que invita al cuerpo a rendirse, no por cansancio, sino por confianza.
A través de las técnicas de pranayama (el arte de respirar con atención), Silvia enseña a equilibrar las dos corrientes del cuerpo, la energía solar y la lunar, la acción y la quietud. “Cuando respiramos bien, 
(me invita a ello durante un ratillo, que confieso me sentí feliz)  la mente se calma. Y cuando la mente se calma, todo empieza a colocarse en su sitio.”
Me explicó que hay una ética invisible del bienestar. Ella se formó en Sadana, con sedes en España e Italia, allí encontró el lugar donde la práctica física se une a la ética. “Los yamas y niyamas son los pilares del yoga”, explica.
No violencia, verdad, moderación, limpieza interior, contentamiento y muchos más… (que no recuerdo porque a mi edad se me empieza a ir la memoria) “Son como los cimientos de una casa. Sin ellos, todo lo demás se tambalea.”

Lo que más impresiona no es la teoría, sino cómo la vive. No violencia, me cuenta, no es solo no golpear, es no enfadarte ni contigo mismo ni con los demás. Moderación no es renunciar, es no irte a los extremos. Limpieza no es solo lavarse, es cuidar tus pensamientos. Porque lo que piensas, también nutre o intoxica.
Mientras habla, uno entiende que el yoga, en su sentido más amplio, es una educación emocional. Una escuela del alma.
Quienes conocen a Silvia, quienes me la recomendaron conocer, acertaron describiéndola, es un espejo de serenidad. Quienes la conocen bien, dicen que, además de enseñar yoga, Silvia enseña a respirar la vida. Que tiene una mirada balsámica, una forma de estar que apacigua. No idealiza el sufrimiento ni lo niega, simplemente lo observa con templanza. 
Ella me dice que la vida no es un camino recto. Hay curvas, desvíos, decisiones difíciles. Pero todo lo que ocurre tiene su propósito. Se trata de aceptar sin culpa, sin miedo.
Y quizá en eso consista su enseñanza más profunda, en comprender que la calma no es un destino, sino un estado que se cultiva.
Silvia no vende promesas ni métodos milagrosos. Ofrece presencia. Y yo siempre digo, (ya he pasado muchas «guerras») que en tiempos de ruido, eso es casi un acto revolucionario.
Cuando mi entrevista terminó (porque el reloj me pide obligaciones fuera), no tuve prisa por marcharme. En el aire quedó una quietud suave, como después de una tormenta.
Silvia sonríe, y durante un instante, el silencio se vuelve elocuente. Entiendo entonces que el yoga del que habla no está en las posturas imposibles ni en los nombres sánscritos. Está en esa pausa, en esa mirada que no juzga, en esa respiración compartida que reconcilia con la vida.
Camino de regreso, aún con su voz resonando en mí, me descubro respirando más despacio. Quizá sin darme cuenta, Silvia me ha enseñado algo más que yoga, me ha recordado cómo estar aquí, en este preciso instante, sin miedo, sin prisa, con gratitud.
Así lo viví.
Y en esa calma, todavía permanezco.
(Te lo digo, lector, lectora, por si a ti también te sirve de algo) 
Silvia Barrera tiene su consulta individual de Yoga Terapéutico y sus clases de Hatha Yoga en Plaza Cristóbal Toral, bajo 2 | (A esta plaza se accede bien por calle Vestuario, por calle Campaneros o por Infante D. Fernando)




Silvia tiene muchos amigos y mucha gente que aprecia su forma de ser y admira su forma de estar. Se siente millonaria en afectos.












