Cuadro de portada: Las bodas de Camacho | autor: Moreno Carbonero, José / Málaga 1860- 1942
Los capítulos del Quijote en los que se relata la historia de las bodas de Camacho, son uno de los episodios más curiosos de esta obra, ya que en ellos vamos a ver una visión bastante aproximada de lo que era una boda en la época de Cervantes y todo ello salpicado de las ocurrencias de Sancho Panza y su idilio con la comida, que durante toda la obra cervantina, era un bien escaso
La historia comienza en el capítulo XIX de la segunda parte del Quijote. El inicio del capítulo se describe como don Quijote se encuentra con dos estudiantes y dos labradores a los cuales se presenta como “don Quijote de la Mancha”, conocido también como “el Caballero de los Leones”. Apelativo que se autoasignó después de la aventura que tuvo con estos mamíferos. Tras presentarse, se une a ellos en su camino, ya que se le dice que “verá una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy se habrán celebrado en la Mancha, ni en otras leguas a la redonda”. Claro está que el bueno de don Quijote piensa que será la boda de algún príncipe. Pero no es así. Los contrayentes son dos labradores: Quiteria “la hermosa” y Camacho “el rico”. Pero para adornar esta historia, aparece un personaje que está enamorado de Quiteria desde que eran niños. Este personaje es Basilio. Empieza aquí un planteamiento sobre la libertad o no de poder elegir marido por parte de una mujer, todo ello aderezado por una ristra de refranes por parte de Sancho Panza, que sacan de quicio a don Quijote.
Es curioso, pero aquí Cervantes en boca de don Quijote, aboga por la jurisdicción de los padres para estas decisiones, cosa que no pasa en el capítulo dónde se cuenta la historia de la pastora Marcela y Grisóstomo. Dice don Quijote: “Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar, quitaríase la elección y jurisdicción a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben, y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín: que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle”.
No cabe duda que Cervantes fue un adelantado para su época en cuanto al concepto de libertad de la mujer. Para Cervantes, el mayor tesoro que se podía poseer era la libertad y sobre esta idea podemos encontrar muchas alusiones en su obra y por extensión, también quería esa libertad para las mujeres. Podemos encontrar ejemplos de esto en personajes como la Gitanilla, Marcela, Dorotea o la Gran Sultana. Para Francisco Peña Martín “los personajes femeninos de Cervantes son, quizás, los que mejor hablan, los más razonables. Exponen sus planteamientos mejor que nadie”. Pero ¿porqué este cambio en la visión de la mujer con el personaje de Quiteria? Para resolver esta cuestión debemos retrotraernos a la época de Cervantes y las ideas de dos pensadores que escribieron sobre la mujer en el primer tercio del siglo XVI. Estos pensadores son Erasmo de Rotterdam y Juan Luis Vives. Para estos autores la mujer debe estar supeditada a la protección del padre a la hora de elegir marido, debiendo ésta estar obligada al sometimiento y protección, pero también se exige respeto por parte del marido. La indisolubilidad del matrimonio está muy clara en Vives que escribe: “el casamiento es un nudo, que ni se deja ni se rompe; solo por mano de la muerte se ha de desatar”. Esta idea la plasma Cervantes de forma clara en las palabras de don Quijote: “¿Por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que, si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano que, si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle”.
Siguiendo la lectura de este capítulo XIX, llegamos a otra curiosa discusión entre don Quijote y Sancho, esta vez a cuenta del buen uso del lenguaje. Y es que, tras otra profusión de refranes por parte del escudero, le dice don Quijote: “¿Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito? -dijo don Quijote-. Que cuando comienzas a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mesmo Judas que te lleve”. El pobre Sancho, que encuentra en estos recursos la forma de expresarse sin parecer poco dado a las letras, le responde: “Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho, sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos”. Respondiendo don Quijote: “Fiscal has de decir -dijo don Quijote-, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda”. A partir de aquí comienza una más que actual disertación de uno de los estudiantes sobre el buen uso del lenguaje. Palabras que podríamos plasmar en la actualidad si leemos o escuchamos cómo se maltrata nuestra lengua en todos los ámbitos. No sabemos que diría el pobre Cervantes si levantara la cabeza y viera que aquel estudiante de su inmortal Quijote, sigue dándose cabezazos contra las paredes y luchando con gigantes para intentar que se respete lo más bonito que tenemos, que no es otra cosa que nuestra lengua. Esa que usamos todos los días para comunicarnos y difundir nuestra cultura. Incluso ya se han visto temblar más de una vez los cimientos de la Real Academia de la Lengua debido a los atropellos a los que sometemos contra esta institución. Pero no somos pocos los que la amamos y tampoco los que luchamos para difundir su buen uso; así que te animo desocupado lector a seguir en esta lucha, que aunque desequilibrada, algún día ganaremos… o no. Ya lo dirá el tiempo y nos juzgará la historia.
Pero sigamos con esta historia que nos ocupa. Ya en el capítulo XX y vistiéndonos de escuderos y labradores, se nos abre ante nosotros un auténtico festín que debemos aprovechar, ya que son pocas las ocasiones en que podía comer la clase humilde y las bodas era una de estas ocasiones y más si uno de los contrayentes era apodado “el rico”. Así que vamos a pasear entre estos manjares.
Pasen ustedes y siéntanse como en su propia casa. Lo primero que vemos es “espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo”. Menos mal que en la actualidad nos ha dado por espetar pescados que son bastante más manejables y más fáciles de insertar en un espeto (no puedo olvidar mis raíces malagueñas). Por todos lados vemos ollas puestas sobre hogueras, liebres, gallinas, pájaros y caza de todo tipo sobre árboles para que se enfrían al viento. También podemos ver “más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos”. Si una arroba era algo más de 16 litros; tenemos cerca de 2.000 litros de vino. Así que mucho cuidado si luego tenemos que conducir. Seguro que el más abundante era el de San Martín de Valdeiglesias al que el humanista Luis Vives (no solo de matrimonios escribía este pensador) se refería como “vino blanco tan puro que al verle pensaríamos que es agua”. Y es que el vino siempre ha estado muy ligado a nuestra cultura y nuestras fiestas desde tiempos inmemoriales. Decía Lope de Vega en El galán de la Membrilla:
… el rico vino
Que tienen la Membrilla y Manzanares.
En el mundo he pensado
Que no hay sueño tan dulce y descansado.
Apenas suena el gallo
Despertador de las tinieblas ciegas,
Y la causa yo hallo
Que es el estar las caubas y bodegas
Junto a los gallineros
Que el tufo les oprime los gargueros.
No solo ladra un perro
Ni maya un gato, que el licor famoso
Desde su dulce encierro
Los tiene en sueño blando y amoroso.
Hay también quesos y “dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zambullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba”. Estas ollas seguro que estaban bien surtidas de dulces como pestiños, rosquillas y buñuelos. No nos queda otra que comer. Comer y beber hasta saciarnos. Que en esta época no sabemos cuándo habrá otra ocasión para hacerlo, ya que a pesar de estos excesos que vemos, es época de hambre. Mucha hambre para los humildes y poca para los señores y el clero.
Terminado este paseo gastronómico se sigue con la fiesta y aparecen músicos, danzantes y actores que representan una alegoría sobre el amor y el interés, siendo este último el que sale airoso dejando ver que el pobre Basilio por muy instruido que sea, nunca será rival ante las riquezas de Camacho.
Y por fin llegamos al momento de la boda con toda su pompa y boato. Riquezas por doquier, invitados, cura, vestidos y trajes de estreno y seguro que algún que otro “cuñao” opinando sobre todo lo que rodea a la fiesta. Pero hay algo que hace que todo cambie de sentido y es que de entre la multitud aparece Basilio. Ante la mirada atónita de todos los allí congregados, saca una espada y se atraviesa el pecho para quitarse la vida, dejando a todos sin palabras. Ante esto, el cura quiere darle confesión, ya que Basilio está agonizando. Pero él lo que quiere es que Quiteria le conceda una última voluntad que no es otra que casarse con él para que una vez que muera pueda seguir con la boda prevista. Quiteria accede incluso con cierta ilusión ya que es Basilio de quien está enamorada. Tras una corta discusión ya que se acaba el tiempo y el alma se escapa del cuerpo de Basilio, el cura accede y tras dar la bendición a la pareja el novio se levanta con ligereza y todos comenzaron a decir:
“¡Milagro, milagro!
Pero Basilio replicó:
¡No milagro, milagro, sino industria, Industria!”
Aquí es cuando nuestro querido don Quijote toma cartas en el asunto y tras evitar el enfrentamiento entre los partidarios de Camacho y de Basilio, sentencia:
“Teneos, señores, teneos, que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace, y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada. Quiteria era de Basilio, y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico y podrá comprar su guato cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea, que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre, y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza”.
Tan contentos quedan todos tras este discurso en el que Cervantes vuelve a poner en boca de don Quijote la idea de ese nudo gordiano que es el matrimonio, que el propio Camacho queda conforme y manda seguir con la fiesta como si se hubiera celebrado la boda prevista. Así que Basilio queda con Quiteria y Quiteria con Basilio provocando el contento de sus amigos. Camacho sigue con la fiesta con el contento de los suyos y don Quijote vuelve a “desfacer un entuerto”. Aquí el único triste es Sancho Panza que se va de la boda sin probar bocado, pero siguiendo fielmente las huellas de Rocinante con su amo sobre él.
Y llegados a este punto solo me queda recomendar la lectura de los capítulos XIX, XX y XXI de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Seguro que ”vuesas mercedes” disfrutaran de ellos al igual que los he disfrutado yo.
Javier Santos |
Cervantófilo y ojalá algún día cervantista.
Javier Santos es enfermero de profesión y amante de las letras, de vocación. Uno de los principales sujetos activos en la promoción de «Antequera Ciudad Cervantina». Promotor de eventos culturales y rutas gastronómicas temáticas. Especialista Cervantino. Conferenciante. Conocedor, como nadie, del «mundo Quijote». Divulgador en Medios de Comunicación…
El mayor coleccionista de versiones de El Quijote con más de 150 ejemplares de valor incalculable, por su antigüedad, características, originalidad…| Carlos L. Editor