Ayer, noche de Ánimas. Cuando en la Colegiata se respiró «con miedo»

Durante unos minutos que parecían suspender el tiempo, los asistentes recorrimos un espacio teatralizado donde «obligados» por la historia, el miedo y la emoción muchos tuvieron que darse la mano. Entre luces, voces y efectos escénicos, las piedras centenarias de la Colegiata cobraron vida, recordándonos que el pasado aún susurra entre sus muros.

Organizada por Ciudades Medias con la colaboración del Ayuntamiento de Antequera, ofreció una experiencia inmersiva en la que el velo entre lo visible y lo invisible pareció hacerse más delgado, la Real Colegiata de Santa María la Mayor se transformó en una prisión inquisitorial repleta de historias, sombras y susurros del pasado.

En esta experiencia inmersiva, la Real Colegiata de Santa María se transformó en una prisión inquisitorial, donde los asistentes nos convertimos en miembros de un tribunal encargado de juzgar a almas errantes. La propuesta, cargada de dramatización y efectos escénicos, ofreció distintos pases desde las 20 a las 24 horas, para grupos de 15 personas. Así que fuimos muchos los que nos fuimos a dormir con el susto metido

No lo puedo entender. ¿Cómo puede ser, que sabiendo que son un grupo de inmejorables actores, que han guionizado la trama, que las luces penumbrosas y la caracterización es de premio a los efectos especiales digna de un óscar de Hollywood; que llevas la mente preparada diciéndote a ti mismo todo esto y que sabes que es ficción, que nada de lo que ocurra allí va a alterarte, porque conoces que es una simulación… Pues aún así… ¿Cómo puede ser que a la mayoría se nos saliera el corazón del cuerpo con algún estruendo terrorífico a nuestro lado o con alguna experiencia tan repentina como inoportuna que acentuaba el terror del recorrido?

Fue una Noche de Ánimas magníficamente montada e irrepetible, donde el talento del equipo humano detrás del proyecto logró algo difícil: que Antequera volviera a sentir el misterio en su propio corazón patrimonial. Aunque lo llevan haciendo cada año.



Al llegar a casa escribí esto para que no se me olvidara que fue tan bien llevado, que había que contarlo. Aún quedaban en mi mente una mezcla de imágenes y de sorpresa:

Las puertas se abrieron con un chirrido agudo, casi un lamento. Dentro, el tiempo se detuvo. Una luz temblorosa bañaba los altares que ya no están, mientras figuras encapuchadas se movían lentamente entre columnas que parecían respirar. El sonido seco de los pasos sobre la piedra y los gritos repentinos helaban la sangre. Los visitantes, agarrados unos a otros. La oscuridad lo cubría todo. De pronto, un portón se cerraba con estrépito, y el eco golpeaba las paredes como si la antigua iglesia entera protestara. Luces intermitentes, voces desgarradas, suspiros lastimeros, almas errantes que mostraban su abandono y su sufrimiento eterno… cada rincón parecía guardar una historia, y cada historia, un alma que no había encontrado descanso... las ánimas errantes suplicaban, lloraban, pedían clemencia. Algunos caían de rodillas, otros extendían manos invisibles hacia el vacío.
La noche caía sobre Antequera con un silencio denso, casi ritual. La Real Colegiata de Santa María la Mayor, majestuosa y antigua, se alzó como una sombra viva sobre la ciudad. En sus muros de piedra, que han visto pasar siglos y secretos, algo despertaba. Dentro, la luz temblaba. No era la claridad serena de los días santos, sino una penumbra incierta, atravesada por lúgubres destellos y susurros que parecían venir de otro tiempo.
Los visitantes, convertidos en jueces por una noche, cruzábamos el umbral con el corazón encogido. Allí dentro, las ánimas errantes aguardaban su juicio.

Gritos ahogados resonaban desde los rincones, mientras las sombras parecían arrastrar tras de sí despojos… ¿humanos?, no sé; terroríficos sí. Los ecos de la Inquisición volvían a latir en cada piedra, en cada mirada, en cada respiración contenida. La Colegiata, transformada en prisión inquisitorial, se convertía en escenario de una experiencia inmersiva en la que la historia cobraba carne, miedo y alma.

Fue una Noche de Ánimas inolvidable, un viaje al límite entre la historia y el más allá.

Y dicen que, al apagar las luces, alguien juró escuchar todavía un suspiro…
Una voz que no pertenecía a nadie.
Una sombra que no quiso marcharse.
Tal vez (solo tal vez), alguna de esas almas errantes encontró al fin su juez… y decidió quedarse.

El año que viene, tampoco me lo perderé… y estoy seguro que , aunque vaya de chulito, también pasaré un poco de susto | ChLL