EL COQUETEO Y EL «LENGUAJE DEL ABANICO» | Por Alicia Durántez Marcos

En muchos cuadros de la historia de la pintura universal existen ejemplos que recogen la estética del abanico como símbolo de distinción, lujo y arma de seducción femenina.



En el siglo XVIII se popularizó el abanico dejando de ser un complemento exclusivo de las clases altas.
El rico lenguaje del abanico, jugó un importante papel en la relaciones humanas y más concretamente en el flirteo entre las mujeres y los hombres, donde éstas expresaban sus deseos.
El abanico aparecerá de forma sofisticada en el Antiguo Egipto, donde los esclavos movían grandes abanicos de plumas (flabelos) para proporcionar aire a su faraón.
Más tarde, en China se va a usar como elemento personal y decorativo que además de refrescar servía de complicidad amorosa. En el siglo VII d. C. se inventa en Japón el abanico plegable.
Años después pasó a Europa, proveniente de Portugal ,donde llegaron los primeros abanicos orientales a finales del siglo XV, arraigando su uso al igual que en España, donde pasó a formar parte de su cultura.
Casi a punto de concluir el siglo XVIII, en España se oficializó el gremio de abaniqueros y se fundó en Valencia la Real Fábrica.
El llamado «lenguaje del abanico» consiste en una serie de señas que las mujeres de los siglos XVIII y XIX utilizaban para comunicarse con sus pretendientes o amantes.
Esta puede ser una recopilación de los principales mensajes:

Para responder escuetamente a una pregunta pendiente:

Sí: Cerrar el abanico lentamente o apoyarlo abierto sobre la oreja o la mejilla derecha.
No: Cerrarlo rápida y airadamente o apoyarlo abierto sobre la mejilla izquierda.

La mujer podía mostrarse dispuesta a iniciar una relación de diversas formas:

No tengo novio: Abanicarse lentamente sobre el pecho.
Deseo conocerle o tener novio: Llevar el abanico cerrado, suspendido de la mano izquierda.
Usted me resulta simpático: Darse repetidos golpecitos en la mano izquierda.
O informar a un pretendiente de que está comprometida abanicándose con movimientos cortos y rápidos sobre su pecho, o abriendo y cerrando rápida y repetidamente el abanico.

La mujer podía hacer peticiones o invitaciones discretas al amante:

Espéreme: Abrir el abanico despacio y mostrarlo.
Sígame cuando me vaya: Sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro o los ojos.
Escríbame: Golpearse con el abanico cerrado en la mano izquierda.
Venga a hablar conmigo: Abrir el abanico con la mano izquierda; contar las varillas pasando los dedos por ellas o simplemente poner el dedo sobre el borde de las varillas.
Estoy impaciente: Juguetear con el abanico o golpear con él un objeto.
Quiero que me bese: Apoyar el abanico sobre los labios.

También advertía al pretendiente para que fuera discreto:

Cuidado, nos están observando: Mover el abanico con la mano izquierda o cubrirse los ojos con el abanico abierto.
Cuidado, mi familia me vigila: Apoyar el abanico cerrado en la mejilla derecha.
No reveles nuestro secreto: Deslizar el abanico sobre la oreja derecha.

Se podían hacer preguntas simples:

¿Me quieres?: Presentando el abanico cerrado.
¿Cuándo te puedo ver?: Cerrando el abanico mientras se toca los ojos.

Se manifestaba inseguridad o dudas sobre las intenciones del pretendiente y su fidelidad:

Estoy pensando si te quiero: Darse golpecitos lentamente en la palma de la mano con el abanico.
Dudo de tu amor: Abanicarse rápidamente.
No me fío: Apoyar los labios sobre el abanico.
Estoy celosa: Darse golpecitos con el abanico en el vestido.
Sospecho que me estás siendo infiel: Tocarse con el abanico la punta de la nariz.

Mediante el lenguaje del abanico se hacían reproches:

Eres cruel: Abrir y cerrar lentamente el abanico.
Has cambiado: Pasarse el abanico por la frente.
Estás flirteando con otra: Pasar repetidamente el abanico de una mano a otra.
Para declararse, había un amplio abanico de posibilidades:
Me gustas: Abrir y cerrar el abanico y ponerlo en su mejilla.
Pienso en ti todo el rato, no te olvido: Colocar el abanico en la sien y mirar hacia arriba o mover el flequillo con el abanico.
No dudes de mí: Apoyar en los labios el abanico abierto.
Sufro, pero te amo, te pertenezco: Dejar caer el abanico al suelo.
Te quiero: Pasarse el abanico por la mejilla o cubrirse los ojos con él abierto.
Te amo intensamente: Abanicarse muy rápidamente.
Te amo con locura y sufro por tu amor: Apoyar el abanico sobre el corazón o el pecho.
Mi corazón es solo tuyo: Entregar el abanico al amante. Pero si este lo rechazase, la mujer dejaría el abanico suspendido y abierto del revés, para manifestar: Sin tu amor prefiero morir.
Soy toda tuya: Apoyar el abanico cerrado en la mejilla izquierda.
Me casaré contigo: Cerrar el abanico sobre la mano izquierda.
Para enviar un beso, se cubría la boca con el abanico abierto mientras miraba al amante.

Se enviaba información para posibles citas :

No saldré de paseo: En una reunión, cerrar el abanico y guardarlo. Para informar desde casa al amante que está en la calle, dejar el abanico cerrado en el balcón o salir mostrándolo cerrado.
Hoy saldré de casa: Las señales contrarias a las anteriores. En una reunión, sacar ostentosamente el abanico del bolsillo. Para enviar el mensaje desde casa a la calle, dejarlo abierto en el balcón o salir a él abanicándose.
Estoy sola: Cubrirse la boca con el abanico abierto.
Indicar la hora de la cita: Abrir un número determinado de varillas o contar ese número tocando las varillas con el dedo.

Al igual que con las declaraciones, para rechazar al pretendiente había muchas posibilidades:

Me resultas indiferente: Apoyarse el abanico cerrado sobre la frente.
No me interesas: Abanicándose lentamente.
No me gustas: Girar el abanico con la mano derecha o protegerse los ojos del sol con el abanico abierto.
Estoy comprometida o amo a otro: Llevar el abanico cerrado y suspendido en la mano derecha o moverlo con la mano izquierda.
Es mejor que me olvides: Mantener el abanico abierto con las dos manos.
Vete, por favor: Pasarse el abanico por los ojos.
No quiero saber nada de ti: Pasar o mantener el abanico sobre la oreja izquierda.
Todo ha terminado entre nosotros dos, adiós: Cubrirse parte del rostro con el abanico abierto o entregar el abanico a la madre o a quien la acompañe.
Todo se acabó, te odio: Arrojar el abanico

Alicia Durántez Marcos es Doctora en Historia del Arte. Experta en Vidrieras Artísticas. Redactora de Arte. Redactora de colecciones y catálogos de arte, publicidad artística y arte contemporáneo. Gestora Cultural. |