ALEGRÍAS QUE OCULTAN PENAS | Por Luisa Casero

Belén estaba flotando en la superficie de la vida, irreflexiva y locuaz,  bella y seductora,  con enormes deseos de burlarse de ella misma. Se quitó los zapatos de tacón y sus pies parecieron ensancharse, les dedicó una caricia en forma de suave masaje; se bajó la cremallera de su vestido de flamenca y  desfajó sus carnes del estrechísimo cuerpo de lunares. Liberó su melena  de la enorme flor que sujeta con varias horquillas, había elevado su estatura casi quince centímetros, y, a toda prisa, se metió en el baño. Era feria y en la alegría exagerada o contenida no había espacio para la inquina a los endebles políticos que contemplaban las llamas entre cruces de reproches.

¿Y las guerras?
— se le aparecieron tristes y fugaces imágenes que no encontraron compasión en el cómodo corazón humano embebido por el bienestar.

Entretanto, y siguiendo su propio capricho que no era otro que ocuparse de su vida, se relajó con una  ducha rápida, cambió los lunares por un sencillo mono de lino, una  cola de caballo, cuatro retoques de maquillaje y los labios, como de costumbre, de rojo bermellón le devolvieron un aspecto fresco, casi nuevo. Estas pequeñas cosas le producían una maravillosa felicidad, y una infantil alegría envolvió toda su cara.

Cuando estuvo lista, metió en su cestita de mimbre el vino y las medianoches, y se encaminó a la plaza. El calor de la de tarde agosteña, sofocante, pero el cartel bien merecía aguantar la canícula. La corrida, como casi siempre, comenzó con retraso.

Música, alguacilillos, paseíllo y aplausos se confundieron con un público entregado que necesitaba ver poco arte para mostrarse incondicional de la fiesta nacional.

Empezó el festejo y el rejoneador tan alborozado, que hizo dar unos pases de baile a su caballo y él mismo lo acompañó con los brazos en alto. Palmas y vítores, y el matador de toros a caballo, triunfante  como el que acaba de cosechar  el mayor triunfo realizando  la mejor faena. Todo ocurría en el fondo de la plaza frente al toril, pero esta puerta permanecía cerrada y el astado tardaría unos momentos en salir.

¡Qué cosas más raras ocurren en esta plaza!—pensó Belén— mientras no dejaba de mirar de reojo a la gente que llenaba el coso. Y tuvo la certeza de que la fiesta sobreviviría a los encontronazos con los animalistas. Y desfogó su alegría, sin saber a ciencia cierta a quien o quienes iban dirigidos sus aplausos.

Luisa Casero

Luisa Casero Vergara nació hace 68 años en Mollina Málaga.
Diplomada en Magisterio por la escuela universitaria  María Inmaculada en Antequera. 
Colaboradora del Sol de Antequera desde 1996 hasta el 2024.
Le gusta «emborronar» páginas para llenarla de cuentos, historias surgidas de la imaginación, artículos recurrentes y, sobre todo, llenar su realidad con otras realidades reales o engañosas.
Escribir es la mejor terapia en tiempos difíciles y una felicidad casi comparable al hecho de ser madre.
Piensa que escribir es poner su alma al descubierto  y que el Taller Antequerano de Escritura Creativa, al que acude cada quince días, es algo más, mucho más que conocer otros estilos literarios, es intercambiar retazos de vida y eso es lo que lo hace tan emocionante.
Escribir es ser y ser es vivir en plenitud.

En 2024 le fue entregado el prestigioso Premio Efebo, que concede el Ayuntamiento de Antequera, por su labor en favor de la Inclusión Social.