‘Amanecer en las alturas de Antequera’ | Por Ana Muñoz Aguilera

Amanecer en las alturas de Antequera .

Me levanto  temprano con la intención de hacer una ruta antes de que el sol suba demasiado y, como me gusta empezar a caminar subiendo escaleras, me dirijo hacia el Castillo, el Reloj que decimos en Antequera. Es uno de mis sitios favoritos  e intento subir dos o tres veces por semana.

Al llegar al Coso Viejo me da los buenos días Fernando I montado en su elegante caballo. Impresiona ver esa gran figura en esta bonita plaza.
Continuo por calle Nájera y cuesta Barbacana, ahí empiezan las escaleras que tanto me gustan. Subo todos los tramos hasta llegar a la calle Colegio, sigo a la derecha y me paro en el mirador.
Impresionante Antequera, con sus casas blancas y sus conventos e iglesias de piedra y nuestro mercado octogonal. Miro todas y cada una de las torres cuando ya el sol empieza a teñirlas de un tono dorado.
Mis ojos se van a la otra altura de Antequera: la Ermita de la Vera Cruz,  que me saluda desde lo alto del Cerro. Me vienen recuerdo de mi niñez, cuando subía con mi pandilla de amigos a pasar las tardes jugando, pues estaba abierta siempre. Un señor que allí vivía nos dejaba entrar y nos sentábamos en el suelo junto al fuego que encendía en invierno para resguardarse del frio, siempre respetando los espacios.
Recorro con la vista la inmensa Vega de Antequera y me encuentro  con la Peña de los Enamorados que me hace un guiño. Con el sol detrás se dibuja aún más hermosa, la cara del hombre o el indio acostado. Ese magnífico perfil, guardián por un lado de Antequera y por el otro de Archidona, el pueblo donde nací y del cual también estoy enamorada. Mi corazón dividido entre Antequera y Archidona como no puede ser de otra forma. Mirando la Peña mi imaginación vuela y me veo subiendo esa entrañable montaña como Tagzona con mi enamorado Tello de la mano huyendo de las tropas que nos persiguen por orden de mi padre porque no quiere un plebeyo como esposo para mi. Mi amor imposible.
Me giro para encontrarme con el majestuoso Arco de los gigantes, lo cruzo y me recibe la plaza de Santa María la Mayor y también Real Colegiata, con su soberbia fachada de varios estilos y, en medio de la plaza, le escultura de Pedro Espinosa que la guarda celosamente. Preciosa portada la de Santa María con su torre espectacular que no tiene fin.
Me adentro por el Callejón del Aire, donde siempre corre un aire fresco que en verano invita a quedarse en él. Quien le puso ese nombre no tuvo que pensar mucho. Mientras lo recorro, mi imaginación vuela de nuevo hasta la Edad Media, y me veo recorriéndolo luciendo mi vestido largo de vuelo amplio con cancán y  una mantilla que me cubre la cabeza, y parte de la cara, para que no me reconozcan, pues voy al encuentro de mi amante secreto. Si ese callejón hablara…
Sigo caminado y detrás de Santa María me paro en los miradores que dan al Rio de la Villa donde antaño las mujeres lavaban la ropa, me embeleso viendo toda la ribera, el Cerro del Abuelito y el Torcal tan tentador… Que pareciera que si alargarás la mano podrías llegar a tocarlo. Doy la vuelta por la parte de atrás del reloj, y me vuelvo a enamorar de la Torre del Homenaje y la Torre del Reloj, donde también en mi adolescencia subía con mis amigos hasta la misma campana que da las horas a la ciudad. ¡Qué recuerdos…! También aquí mi imaginación viaja en el tiempo y me veo cuan reina paseando por la muralla al atardecer.
Continúo mi recorrido por Portichuelo, calle Herradores y calle Colegio, bajo por el Postigo de la Estrella, entrañable rincón tan antiguo y tan hermoso, mientras pienso en cuantas  historias y secretos guardan estas piedras.
Bajo a la plaza del Carmen y delante de la muralla Torre del Asalto me encuentro con un monumento  homenaje a los antiqiries que representa a una familia de nazaríes compuesta por una pareja con dos hijos, uno de ellos en brazos de la madre, que tras mucho tiempo atrincherados en la alcazaba abandonan la Villa huyendo hacia Granada  donde fundarían el barrio de la Antequeruela. Me despido de ellos y les deseo buen camino.
De alguna forma, durante mis andaduras por estas alturas de Antequera  revivo momentos de su historia que me transportan a otros tiempos.

No sé si vivimos una sola vez o, como dicen los que creen en la reencarnación, habrá otras vidas. Pero, si hubiera más de una, quizá yo ya anduve por esta bella Villa  en  esas épocas que me llaman tanto la atención y me apasionan. Aquí me siento, reina, plebeya, musulmana,  pitonisa…

¡Qué suerte poder ser tantos personajes…!

| Ana Muñoz Aguilera


Nací en Archidona. Mi primera niñez la pase en un cortijo cercano al pueblo.
Cuando tenia 12  años mis padres decidieron venir a vivir a  Antequera y nada más llegar me enamoré de esta bonita ciudad,  pero mi amor siempre ha estado compartido entre mis dos pueblos, y así ha de seguir.
Trabajo como agente comercial autónomo.
Siempre he sentido una inquietud por la escritura y hace unos meses tuve la suerte de entrar a formar parte del Taller Antequerano de Escritura Creativa. No puedo estar mas contenta con ello.
También soy miembro de la Asociación Antequera Teatro y alumna de la Escuela Municipal de Teatro.
Disfruto mucho con estas dos aficiones artísticas y me siento feliz aprendiendo cada día un poquito más.
Ana Muñoz Aguilera