Foto: Playa de Torimbia | Prestada por https://paraisoruralasturias.es/
En mis meditaciones poéticas intento resaltar la naturaleza de forma bella y relajante. En este caso se han colado resquicios de rabia e impotencia, pero salió así.
El día que fui cometa, se quedó pequeña la playa. Mis pasos cambiaron la arena mojada por la suave brisa que el mar regalaba.
n el ascenso me fui sintiendo liviana, mis brazos fueron mimbre, mi corazón seda blanca, de mis pies fueron surgiendo adornos de colores que distraídos ondeaban. En un vuelo acompasado suavemente me elevaba. Rocé el pelo de un niño, que hacía castillos de arena y cuya sonrisa inundaba la playa. Bendita inocencia, quien la pillara.
Sobrevolé el mar con su olor a sal y sus reflejos de plata y pensé en los peces, en los corales, en las algas, y agradecí esa maravilla de salitre y alma. Percibí la amenaza en forma de plástico y lo vi fuera de lugar, dañino, solapado, y pensé más que apurada, en la mano del hombre que incauto lo ignoraba.
Seguí mi camino y tropecé con una nube que me dio un beso en la cara y sentí cobijo y frescura. En su pecho de algodón lloré desconsolada porque abajo la tierra lucía seca y cuarteada. Y comenzó a llover de forma blanca y suave hasta que las flores de la primavera, agradecidas, extendieron sus pétalos a esa fórmula mágica de hidrógeno, oxígeno y esperanza.
La montaña olía a pino, tomillo, romero y jara y me paré a contemplarla y vi los pájaros y sus nidos, y vi sus subidas y bajadas, colmadas de vida, pero un humo incipiente amenazaba inexorable. El peligro no empezó en el fuego, ni en el aire que soplaba, sino en la mano del hombre con su cerilla malvada. Otra vez el humano con su inconciencia marcada. Llamé a la nube amiga, aquella que me besaba, y acudió deprisa, dispuesta y entregada. Su traslúcido manto extendió diligente y tras varios forcejeos con el humo y las llamas, se proclamó victoriosa la montaña. Deberá luchar incansable, porque pasarán años hasta verla como estaba.
Un viento cálido me atrapó y empecé a probar, subía y bajaba, como bandera libre de ninguna parte. Rocé un olivo, y después un campanario, un embalse, un pararrayos y me atrajo de pronto un olor a huerto que me recordó a mi infancia, cuando las hortalizas olían y sabían a lo que se esperaba. Bajé de inmediato y mi olfato me regaló aún más recuerdos. EL colorido era dulce, rojo tomate, verde pimiento, flores pequeñas que devienen alimento. Pero, maldita pesadilla…por ahí viene el humano con su química en la mano.
La granja cercana, desde el aire, destilaba pura vida de aleteos y ladridos, de amamanto y cacareos, de vacas y cerdos, pero a medida que bajaba me percaté que el espacio era pequeño, insuficiente, lúgubre y pesado. Animales infelices que no andan por el prado.
El inicio del ocaso me desvió a la playa donde volvieron mis pies a la arena mojada. El mimbre de mis brazos extendí agradecida, pero mi corazón me mostró dos caras. Una mantuvo el milagro de esa experiencia y la otra me pidió un compromiso con la vida.
Cada vez que pueda me volveré cometa para sobrevolar tanta grandeza y poder agradecer el milagro que me rodea, con mis brazos de mimbre y mi corazón de seda.
Inmaculada Pérez García

Inmaculada Pérez García es Antequerana de nacimiento, donde vino al mundo hace algo más de cincuenta y ocho años y donde sigue residiendo en la actualidad.
Su trayectoria laboral se ha centrado en el ámbito de los Recursos Humanos, profesión que ejerce desde hace más de 17 años en una plataforma logística de la zona.
Orgullosa de su ciudad, de su historia, de su cultura, de sus parajes. Tanta riqueza natural y cultural la hacen sentir ansiosa por seguir descubriendo y conociendo más detalles sobre ella.
Siempre ha sentido la necesidad de expresar, y por el momento lo hace a través de sus poemas, de relatos cortos o de meditaciones en prosa poética. A futuro le gustaría desarrollar proyectos un poco más ambiciosos.
La lectura y la escritura la atraparon desde niña, ahora sonríe al releer los poemas adolescentes, tan básicos e inocentes, pero que en definitiva son el germen de una pasión.
Le gusta compartir lo que escribe, esperando tocar algunos corazones.

Nuestra colaboradora, Inma Puche, hizo para ella su «Biografía desde el alma», que puedes escuchar aquí.
De Inma (Alma) a Inma






