«MANÍAS»
Siempre que aparecía, echábamos a correr para escondernos. Ese halo de misterio infantil con el que disfrazamos la realidad era el responsable.
A hurtadillas, lo veíamos pasear, despacio, con la cabeza gacha, un periódico bajo el brazo y una varita en la mano. Despertaba el miedo y la curiosidad a partes iguales, seguramente por su aspecto desaliñado y las historias que de él otros niños contaban.
Los mayores del barrio referían que desapareció del pueblo durante años. Cuando volvió, trajo consigo la locura y la desconfianza instaladas en su interior.
Tenía el cabello casi blanco, algo ondulado en las puntas, que caían sobre su nuca. De su cara, lo más sorprendente era la sonrisa burlona que dejaba ver su boca sin dientes. Pero la profundidad de su mirada, que parecía que te atravesaba, era lo que me intrigaba de él.
Su vestimenta no seguía un patrón ni práctico ni estético, no se ajustaba a la estación del año: camisa clara, pantalones anchones, zapatos gastados…
Al amanecer ya estaba en la calle. Cuando le preguntaban por qué madrugaba tanto, decía encogiéndose de hombros y bajito como siempre hablaba: «Para estar más tiempo sin hacer nada»..
Era fácil cruzárselo, solo tenías que salir a la esquina y allí estaba, echado en la pared, mirándose las manos, observando sus dedos, como quien añora un anillo que perdió y no recuerda cómo. Pero, en realidad, jugaba con una uña larga, larguísima que se dejaba crecer en el meñique.
Si subías las escalerillas del paseo, lo encontrabas, en un banco junto al quiosco de la música. Se sentaba con las piernas elegantemente cruzadas, observando no sé qué ni a quién, porque siempre estaba solo. Educadamente saludaba sin borrar la sonrisa. Las muchachas del barrio decían que, si se hacía de noche y él estaba cerca, se sentían seguras porque se encargaba de ahuyentar a los gamberros.
Pero, sin duda, lo más llamativo no era su aspecto, era su manera de correr tras los niños que lo increpaban:” Maníaas, Maníaaas…” Él podía confundirlos aparentando que no los escuchaba y, cuando estaban cerca, emprendía un sprint tras ellos que los aspaventaba hasta hacerlos huir como alma que lleva el diablo.
Los años son como una sombra que pasa y pasa rápido, y Cayetano dejó de pasear, no podría decir cuándo dejé de verlo ni qué fue de él. Y curiosamente anoche volvió a mis sueños.
Para mis ojos de entonces el respeto que me producía rayaba la fascinación. Y ahora, con la perspectiva que el tiempo me ofrece, estoy segura de que esa actitud escondía a un buen hombre, tímido, solitario y, sobre todo, divertido.
Dicen que el deber irrenunciable del alma es estar de buen ánimo y él tenía ese don, esa manía.
Carmen Parejo García nació en Antequera en 1959.
Enfermera Especialista en Enfermería Familiar y Comunitaria, vocación y profesión que ha ejercido en Campillos y Antequera durante 43 años en las múltiples facetas que ese noble oficio le ha brindado.
Además ha desempeñado una importante labor en distintos puestos de gestión:
-Promotora y directora de la Unidad de Residencias.
-Presidenta de la Subcomisión de Enfermería de la Unidad docente del Área Sanitaria norte de Málaga.
– Vocal de la junta de gobierno del Ilustre Colegio de Enfermería.
– Vocal y Socia honorable de la Sociedad Andaluza de Hipertensión y Riesgo Vascular (SAHTA).
Ha participado en numerosos estudios y
artículos científicos.
En 2017 fue reconocida su labor asistencial con el Premio ‘Patrocinio Gómez’.
Está orgullosa de haber podido ser una “divulgadora de salud”, no solo en su consulta diaria, en los grupos de pacientes y cuidadoras, en asociaciones y en los colegios e institutos.
Ha presentado junto a un equipo de compañeros durante más de una década el programa de radio “Ondas de Salud” en Onda Cero y Canal Sur radio.
Apasionada por la historia y la literatura es miembro del Taller Antequerano de Escritura Creativa desde febrero de 2023.
Dibujo de portada: Kurt Schaffenberger