«Mi último regalo» | Carmen Menjibar
Hacía un día espantoso, desde una de las ventanas de mi clase podía divisar como el vendaval hacía volar las hojas de los árboles del patio de recreo por los aires formando como pequeños tornados de colores, las persianas hacían un ruido desagradable a los oídos cuando rozaban entre sus varillas.
¡Qué día más extraño, tratándose de casi mediados de febrero! Mientras que mi alumnado dibujaba y decoraba gafas de corazones usando pegatinas, bolitas de algodón, rotuladores, plantillas de letras, lana o elástico para colocárselas sentían un poco de miedo y algunos de ellos hasta pánico pensando en la vuelta a casa.
Como buena profesora me anticipé a los hechos.
─No os preocupéis por nada, si el tiempo no mejora, vuestra familia os recogerá con el coche y yo no me marcharé hasta dejaros a todos a buen recaudo.
Al escuchar mis palabras y cuando estaban más tranquilos, comenzó a llover con fuerza y de repente sonó la sirena del colegio. El miedo volvió rápidamente a sus cabecitas, sus rostros palidecían como los zombis bailando la canción de Michael Jackson y al unísono gritaron:
─Será un simulacro o nos van a desalojar porque estamos en alarma por la tormenta
─Seguro que ha vuelto otra Dana. ─Contestó Alberto desde el fondo de la clase.
Al instante llegó Carmen María, la directora.
─Chicos, no preocupéis por nada, que un gracioso mientras que el conserje estaba ausente ha tocado la sirena. Además os informo de que hoy ningún alumno se marchará solo, si no vienen a recogerlo le acercaremos a su casa.
El rostro del alumnado en seguida se relajó y retomó su color natural.
Cuando acabó la jornada llegué a casa exhausta y para colmo, como no me había llevado paraguas estaba empapada. En cada paso que daba, solo pensaba en acostarme, se me habían quitado hasta las ganas de comer, pero al entrar percibí un olor delicioso a comida recién hecha y esparcidos por el suelo había unos pétalos de rosas haciendo un camino que conducía hasta la mesa del salón donde me esperaba mi marido y mis nietas. Las pequeñas con unos dibujitos en las manos y mi esposo con un ramo de rosas rojas con una etiqueta que ponía:
─A mi amada, amante, amiga y a la mujer que más quiero en el mundo porque cada día que paso con ella es único y dichoso.
Mis nietas nos entregaron un corazón a cada uno para felicitarnos por San Valentín.
Nos abrazamos los cuatro y nos hicimos un selfie.
Fue el último regalo de mi amor y cada 14 de febrero deposito una rosa roja en la tumba de mi esposo y al volver a casa observo con detalle y derramando algunas lágrimas la foto de aquel San Valentín.
Carmen Menjibar

Nacida en Archidona (Málaga) en 1969, Carmen Menjibar, ha residido en Cuevas de San Marcos durante más de cuarenta años y desde 2021 vive en Antequera.
Mujer emprendedora, tenaz y sensible, es diplomada en Filología Inglesa y se considera maestra de vocación. Imparte clases en el CEIP Ciudad de Belda, donde disfruta enseñando y orientando a sus discentes. Pertenece al ‘Taller de Escritura Creativa’ y al ‘Club de Lectura de Antequera’.
Desde su infancia ha escrito en la intimidad familiar y más tarde como didáctica para su alumnado, recogiendo historias de su abuela y experiencias de la vida misma.
En 2010 abre su alma al mundo participando en un concurso con un poema que quedó finalista y fue publicado en la antología poética Amanecer solitario.
En 2023 publica al ser seleccionada en varios concursos de la editorial Diversidad Literaria.
Su primera incursión en el género novelesco viene de la mano de la obra, Huellas del Genil, que ofrece a los lectores una historia de principios del siglo XX centrada en una familia, un cortijo y un misterio.