MªTeresa Becerra aporta «un nuevo secreto» al entramado de la novela de Celeste NG ‘Todo lo que no te conté’

Ya sabéis, lectores, que ‘Todo lo que no te conté’ «Es una novela fascinante que ilumina poderosamente los secretos que han unido a una familia americana… y que finalmente acaban separándola.» Los Ángeles Times

Lydia está muerta. Pero esto aún no lo saben. 
Así empieza este impresionante thriller, un inaudito ejercicio literario sobre lo que hay detrás de un crimen. Son los años setenta en una tranquila ciudad de Ohio donde todo el mundo se conoce. Y los primeros pasos: una joven desaparecida, un lago cercano a su casa y ese chico de mala fama con el que se veía.

La novela fue en 2014 Bestseller y Notable Book de The New York Times, Mejor Libro de Amazon, Mejor Libro de Ficción de Entertainment Weekly y Booklist, Mejor Libro de Time Out New York, y Mejor Libro de la National Public Radio, entre otros reconocimientos.

Ahora, MªTeresa Becerra, esta profesora, Historiadora del Arte, que escribe de maravilla, nos regala un nuevo secreto que «completa» lo que no sabíamos de esta novela. Es un ejercicio de creatividad propuesto en el Taller Antequerano de Escritura Creativa en el que debía continuar, desde su primera frase, un libro elegido .

Y así nos conquistó con su arte en la escritura y en la imaginación:

Ensalada de mango y pistachos | Por MªTeresa Becerra López

Lidia está muerta. Pero eso es algo que ellos aún no saben.

Yo lo sé porque la he matado y lo saben en emergencias porque he dado aviso. Pero el imbécil de su marido, su cohorte de amigos y seguidores de sus recetas de comida sana en Instagram, no tienen ni idea. Todavía.


Se presentó a mediodía sin avisar, «a traerme provisiones», dijo. Entró en mi piso como una tromba con su pequeña nevera, su melena de anuncio de champú y sus uñas de gel.

Lo hacía todo así, por decreto, por imposición de su voluntad. Era de esas personas a las que los demás les ríen las gracias, aplauden las ocurrencias y obedecen sin saber por qué. Mi madre, que es muy refranera, diría aquello de que «más vale caer en gracia que ser gracioso». Pues eso, Lidia caía en gracia, porque graciosa no era.

Ella, y solo ella, decidió que era mi mejor amiga cuando nos conocimos en el instituto. En virtud de esa amistad, yo le pasaba mis apuntes cuando no asistía a clase, hacía los trabajos que luego firmábamos las dos y me aguanté cuando me quitó el novio. Desde entonces hasta hoy, he soportado sus desplantes, exigencias, caprichos y gilipolleces.

—Te traigo una ensalada de mango con pistachos —ni buenas tardes dijo.

—Con este lío de la mudanza seguro que estás comiendo a base de bocadillos y no debes cari, porque tanto hidrato de carbono no es bueno para la microbiota.

Tomó el aire necesario para seguir hablando sin que yo pudiera contestar nada:

—Aquí mismo nos ponemos, en la alfombra, traigo hasta mantel, como un picnic —y dio tres saltitos infantiles.

—No deberías haberte molestado, mi madre me trajo ayer croquetas y me quedan algunas que pensaba comerme hoy, si quieres las compartimos…

—¡Uy croquetas! —dijo con la misma indignación que emplearía si yo hubiera propuesto comernos al niño del vecino –. ¡Masa rebozada y frita! Eso explica las dos tallas que has ganado últimamente y por cierto, perdona que te lo diga, las dos en el mismo sitio, cari, en el trasero.

No sé qué me reventaba más, que me llamara cari o que dijera trasero en vez de culo. Era una cursi de manual.

 –A no ser que tu madre las haya hecho en la air fryer —dijo dejando abierta una puerta a la esperanza dietética.

—No, no, mi madre es más de sartén. Fíjate que atraso contesté con ironía.

—Claro, las señoras mayores ya se sabe —Lidia no captaba el sarcasmo—. Pero no te lo tomes a mal ¿eh?, que a mí tu madre me parece un encanto, con esa llaneza y simplicidad de las personas de pueblo. ¡Y qué manos ha tenido siempre! Era increíble cómo te arreglaba la ropa que te pasaban tus primas, nadie supo nunca que no estrenabas nada. Tuvo que ser muy duro para ella sacaros adelante a tu hermano y a ti cuando murió vuestro padre. Vi el brillo de la maldad en sus ojos cuando añadió:

—Y encima, aguantando los comentarios de los vecinos: que si tu padre la había dejado, que si por eso os vinisteis del pueblo… ¡Qué mala es la gente!.

La boca me sabía a hiel. Mientras masticaba su ensalada, cogió el libro que estaba en el suelo junto a una caja de cartón.

–¡Anda! Pero si es una de las novelas de Pedro.

Por supuesto leyó la dedicatoria.

–«Para la inolvidable María, luz de un tiempo pasado»… ¿No me dirás que sigues en contacto con él?

—No, qué va. Coincidió que en la última feria del libro firmaba ejemplares cerca de la caseta de mi librería. Charlamos un rato y me regaló su libro. Pero no hemos vuelto a vernos.

Me odié por darle explicaciones.

—Mejor, es un plasta. Me debes una por quitarte de encima a ese memo. Es un tío insustancial, me duró seis meses…, muy poco pollo para tanto arroz. De verdad que te hice un favor. Y que conste que no te guardo rencor por el número que me montaste en el pasillo de la Uni.

Bebí agua para poder tragarme todas las palabras que tenía en la boca, mezcladas con mis croquetas. Ella seguía hablando y comiendo, comiendo y hablando.

—Mira lo que te digo: no tengo yo tan claro que esos libros tan interesantes sean suyos, seguro que tiene un negro que escribe para él… No me mires así, no sería el primero. ¿O es por lo de «negro»? Me refiero a un «negro literario», la expresión no es muy acertada pero tú sabes que yo racista no soy, que a Fatu, la chica que me limpia y que es de Senegal, le he dado las llaves de mi casa y además…

De repente se calló, abrió desmesuradamente los ojos, empezó a toser con fuerza, hizo un extraño ruido sibilante y se llevó ambas manos al cuello. Se estaba atragantando.

Al acercarme para ayudarla vi su lengua sucia de ensalada, mentiras y maledicencia. Entonces decidí que sería mejor terminar de empaquetar la última caja de libros y luego llamar al 112.

La autopsia dirá si se atragantó con el mango o con los pistachos. Más le hubiera valido comerse las croquetas.

                                                                                                      Mª Teresa Becerra López

Nací hace 60 años en Ronda. No mucho tiempo después, nos mudamos a Málaga, donde habían destinado a mi madre que era maestra. Estudié EGB en el colegio Sagrada Familia y bachillerato en el instituto Sierra Bermeja. Soy licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Málaga y como llevo la enseñanza en el ADN y en el corazón, he dedicado treinta y seis años de mi vida a inculcar entre mis alumnas y alumnos  el amor por la Historia y el Arte. Espero y deseo haberlo conseguido.
Desde 2004 tengo la enorme suerte de vivir en Antequera donde me siento, desde el primer día, querida y apreciada. Estoy dando mis primeros pasos en la creación literaria de la mano del Taller Antequerano de Escritura Creativa, cuya cita quincenal se ha convertido en un momento increíble de compañerismo, aprendizaje y creatividad. Por todo esto doy gracias a esta ciudad y a sus gentes y a la vida.