Juan Manuel Ruiz Cobos es un experto en Jardinería con más de 30 años de experiencia en el diseño, creación y mantenimiento de espacios verdes urbanos. Director técnico de Jardines de Icaria y presidente de la Asociación Multisectorial de la Jardinería Andaluza. Ávido de conocimientos y actualización de técnicas tiene una extraordinaria formación en Infraestructuras Verdes Urbanas. Apasionado de la lectura y de Antequera, de su historia y de su desarrollo como ciudad, de sus costumbres y de su patrimonio cultural, artístico, paisajístico y gastronómico. Gran conocedor, amante y defensor de su pueblo, al que lleva siempre donde quiera que vaya. |
Foto: El Correo de Andalucía
Carmen Aparicio, en su regusto y gran cultura por las cosas de “Baco”
( https://atqmagazine.es/suculentia/cultura-de-vino-con-carmen-aparicio/ ), me trae felizmente hasta esta otra comunicación, habiendo encontrado en sus últimas reflexiones claves que, no sin una sana envidia, dejan de sembrarme curiosidad e inquietud.
En el vino y sus mesurables propiedades, encuentra el ser humano, de forma clara y desde tiempos lejanos, percepciones y atracciones importantes. Sabor, olor, color… Serían de una forma muy vaga, cualidades perceptibles que, claramente, podrían ser homólogas a las propiedades sensoriales de una flor, una hoja, o un simple palmo de tierra mojada (geosmina)… todas ellas en definitiva tienen en nuestra psiquis importantes manifestaciones ¿o no?
Y es que si, efectivamente, nuestra sociedad en las últimas décadas ha sido capaz de dotar a lo que “consume” de una impronta donde la calidad ya no es sólo por la cualidad nutritiva, sino que, de igual forma, suma el grado de satisfacción y el placer que les brinda el consumirlo. Ese grado de excelencia, en el que nos hemos visto envueltos, no tiene sin embargo una respuesta acorde ante un ser del que no me cansaré de escribir por los numerosos beneficios que gratuitamente nos brinda. El árbol y, en este caso, el que condenamos en los medios urbanos.
Mi manifiesto de hoy redunda en la escasa o nula cultura que tenemos los vecinos sobre esos otros paisanos verdes e inmóviles. Insistir en su necesidad y su servicio para nuestra salud física y mental llega a ser a veces muy exasperante ante el odio que en muchas otras ocasiones expresamos hacia su presencia. Nuestra maldad con ellos no es más que sinónimo de lo poco avanzados que somos a su lado a la hora de emprender una “mutualidad” bienhechora, a la que ellos siempre están dispuestos a cambio de nada.
Este del que les adjunto su efigie, ya frita por el mortal líquido que le dispusieron y en breve, con su retirada, será la última vez que ensucie, que se puede entender que era el único diservicio a que se prestaba y, por tanto, la disconformidad de la propiedad para causar tan torpe acción. Por el contrario, bajo su gran copa ya no habrá esperas más llevaderas, tampoco servirá como refugio para las aves que se alimentaban de los traviesos mosquitos. Pero es que ya tampoco absorberá contaminantes perjudiciales para nuestra salud (Pm 2´5 y Pm 10, monóxido de carbono, dióxidos de nitrógeno o de sulfuro y ozono) presentes sobre todo en ese espacio industrial. Y, por si fuera poco, la nefasta obra, tampoco ayudará a quienes, en trances psicológicos sensibles, el árbol permutaba como así está cuantificado, hacia una paz y tranquilidad amortiguadora.
El retorno de beneficios que el verde urbano nos ofrece y el árbol en particular, debe ser motivo de un conocimiento social más extenso e intenso. Ya estamos en un tiempo contrarreloj en el que la adaptación al calentamiento global se torna importantísima en un espacio urbano como el antequerano, donde la caracterizada climatología continental, será más intensa en lo venidero. No debemos, por tanto, rehusar de las gratuitas frigorías que los árboles entre otros y numerosos beneficios, nos ofrecen. Nuestra salud y el bolsillo lo agradecerán y, ni mucho menos es raro, simplemente, lo habéis frito. «In vino veritas.» Plinio «el viejo».