La poesía terapéutica del médico Antonio Vera Ruiz

Muchas personas tuvieron el privilegio de recibir durante el Covid sus poesías cada día, como pastillas milagrosas que mantenían la esperanza de volver a la vida.

Yo me colé de rondón en su lista de contactos, hace un año, en esta nueva modernidad, para recibir el aliento cada mañana de su creación literaria que nos humaniza la vida como el pan nuestro de cada día, y que yo tengo la suerte de leer en mi momento zen de la mañana, disfrutando de las vistas de la Alcazaba de Antequera, si estoy por aquí, o del horizonte del mar si estoy en la capital; eso sí, siempre con este Vals de Primavera de Chopin que mi hija me regaló y que completa mis desayunos y «aliña» de fondo la serenidad del momento haciéndome desaparecer dentro de mí.

En la quietud de los pueblos rurales, donde el horizonte se extiende en campos de trigo y las estaciones marcan el pulso de una vida sencilla y auténtica, la figura de este médico se erigió como un faro de esperanza.

Quienes lo conocieron en su labor de médico, dicen de él que sanaba el cuerpo por su sabiduría heredada de Hipócrates, pero que también el alma con su forma de ser: empático, llano, cercano, animoso, humano, optimista… así que en él se hace verdad el refrán «quien tuvo, retuvo», porque yo que lo he conocido hace apenas un año, constato cada día que sigue siendo una persona maravillosa. | ChLL

Ha presentado su libro en el Real Monasterio de San Jerónimo de Granada, en la Real Academia de Nobles Artes de Antequera y en infinidad de instituciones y municipios a los que ha llevado el arte de sus pensamientos y de sus sentimientos en verso, con aire trovero.

«Si la humanización es el objetivo de la salud, un poema que ahonda en el sentimiento es un bálsamo benéfico, que mejora nuestra mente, cuerpo y alma”. |
Blanca Fernández-Capel Exdirectora de la Escuela Andaluza de Salud Pública de la Junta de Andalucía,

Un par de apuntes breves de su vida entrañable, para dar paso posteriormente a su voz:

Antonio Vera Ruiz nació en Antequera, pasó su infancia y su primera juventud en Cartaojal. Estudió el bachillerato elemental en Salesianos de Antequera y el bachillerato superior en Archidona. Medicina en Granada y ha ejercido hasta que se jubiló como médico de pueblo, de Atención Primaria en las provincias de Jaén, Granada, Málaga y Córdoba. Se jubiló en Benamejí, donde fue médico los últimos 16 años hasta su jubilación. Siempre le gustó leer y desde muy joven escribía poesía, afición que ha retomado de manera más asidua a partir de jubilarse. No solo escribe poesía, hace microrrelatos en verso y también recita con un sello especial que le sale desde dentro. Ha participado en encuentros reconocidos de Lectura de Poemas en diversas ciudades andaluzas. Pertenece al Taller Antequerano de Escritura Creativa.
Durante muchos años ha escrito sus poemas en la ‘La Zaranda de Cartaojal’. Buen amigo de Juan Carrégalo (qepd), director y editor de esta interesante revista.

Antonio, a los lectores les gustará saber dónde ejerciste Medicina.
En Jaén. En distintos sitios de la provincia. He estado en Jaén Capital, en Jabalquinto, en Torrequebradilla, en Baeza; en distintos pueblos de Jaén trabajando, y en Granada, ciudad. Aquí en Antequera y en Benamejí. Los últimos 16 años estuve en Benamejí.
Ser médico rural es…
Ser médico 24 horas 365 días de cada año, uno más si es bisiesto.
¿Sin descanso?
Acordábamos entre los médicos cercanos unos ratillos de separación directa cubriendo recíprocamente, en este caso la atención a dos pueblos.
¿Feliz con ello?
¡Inmensamente feliz!
¿Cuándo te surge el gusanillo de escribir?
Fue en una edad temprana, cuando era un adolescente.

¿Buscas la inspiración o te llega sin buscarla?
Me llega de forma espontánea, como un flujo natural. Para mí, escribir es casi una experiencia involuntaria, algo que simplemente ocurre.

Yo veo en tu creación poética una conexión con la tradición de la trova y la capacidad de improvisación…
Escribo en lugares inesperados, como en una cafetería, o en un restaurante, me viene a la mente y lo escribo. Me permite componer versos de manera fluida y natural, a menudo inspirándome en lo cotidiano y en los momentos de la vida diaria.
Ya no utilizo papel y lápiz, prefiero usar directamente el teléfono móvil para capturar esas ideas fugaces.


Hablamos entonces de una tradición de troveros, que se dedicaban a improvisar versos y a cantarlos, creando una forma de interacción espontánea entre los poetas. Me contó de un vecino suyo, Juan Álvarez, que era un trovero destacado y cuya figura es admirada por él, lo que muestra cómo la tradición de la trova puede influir e inspirar a los poetas contemporáneos.

En nuestra conversación me habló de la importancia de la familia, los recuerdos de la niñez y los pequeños placeres de la vida, como la comida casera y los olores que marcan momentos especiales.
Recuerda con cariño el olor del pan recién horneado en la panadería de su padre, o el lomo de orza de su madre, como una forma de revivir su infancia y la calidez de su hogar. Estos pequeños recuerdos, casi táctiles, nos muestran su sensibilidad, que no solo busca y encuentra en las palabras, sino también en las sensaciones del día a día, esos detalles sencillos que construyen la memoria. Quizás por eso, en su forma de ser se recibe una amabilidad genuina, una accesibilidad que invita a la conversación, a la reflexión compartida. Como cuando, al hablar de su familia, subraya cómo, a pesar de las dificultades, sus padres hicieron todo lo posible por darle una educación, o cuando me cuenta cómo su vida dio un giro hacia la medicina gracias a un golpe de suerte, una oportunidad que aprovechó para crecer, pero siempre con la familia como centro.


¿Te gusta comer?
Sí, mucho.
¿Cuál es tu comida favorita?
A mí lo que más me gusta es el jamón. Y soy de cuchara. Voy a todo y me gusta todo.
Pero más lo tradicional. La comida tradicional me encanta y todo lo de los matanzas, los chicharrones, los chorizos…
Tanto que entre los aromas favoritos de mi recuerdos está, por supuesto el sabor, pero también el olor al lomo de orza que cocinaba mi madre. Y el de la panadería de mi padre por la mañana. Mi padre era panadero en Cartaojal. ¡Ese olor a pan recién hecho por las mañanas…!

Mi madre era de aquí de Antequera y mi padre de Cartaojal. Mi abuelo era herrero en Cartaojal, la familia de mi padre eran herreros. Mi madre vivía en la vega de Antequera.
Pasé mi infancia y buena parte de mi juventud en Cartaojal. Nací aquí en Antequera. Sin embargo mis hermanas nacieron en nuestra casa en Cartaojal.
( Repitió «mil» veces, mostrando el cariño que le tiene a sus raíces)


Es muy bonito escucharle hablar y hacer referencia a su niñez y su relación con el campo y la enseñanza rural, específicamente con maestros como Don Diego Aragón y Doña Magdalena. Sin embargo, es al maestro Manquillo a quien destacó: un hombre que, a pesar de ser soltero y vivir de manera austera, dejó una huella muy inspiradora en su pueblo y en él mismo. Su dedicación a la enseñanza fue ejemplar, tanto por la forma en que recorría el campo para dar clases como por su relación con las familias del pueblo. El pago no era en efectivo, sino en comida, lo que era un reflejo del sistema de trueque que imperaba en aquellos tiempos en las zonas rurales.

Como es lógico, en aquella época, la lucha de la familia por darle una educación era el objetivo de sus padres, aunque él mismo no estaba inicialmente interesado en seguir estudiando. Estaba decidido a aprender carpintería con su primo, pero sus padres, a pesar de las dificultades económicas de aquella época, apostaron por su futuro académico, al igual que por el de sus hermanas que son unas maestras excelentes.

Me cuenta que su madre lo llevó, sin cita previa, al colegio Salesianos, que ofrecía becas para niños de familias humildes, y por una casualidad del destino, llegó justo a tiempo en fecha para presentarse al examen. De no haber sido por esa oportunidad, podría haber quedado fuera del sistema educativo.

La familia, el trabajo, la poesía, los aromas, los recuerdos… todo ello se mezcla en una vida que se ha vivido con calma, pero también con una intensidad tranquila, llena de matices, como los versos que, poco a poco, fue componiendo. Y quizás ahí radica la verdadera belleza de su forma de ser: en su capacidad para encontrar lo grandioso en lo simple, para reconectar siempre con lo esencial, como poeta que, sin proponérselo, transforma su vida cotidiana en una obra llena de recuerdos y afectos profundos.

Y no se trata de una vida idealizada o de una perfección inalcanzable. No. Es una vida llena de humanidad, con sus altibajos, con momentos de dolor que también le han dejado huella. Son los recuerdos que nos muestran a un hombre sensible, que ha aprendido a mirar atrás sin perder la capacidad de seguir adelante, (¿o viceversa?) y que se entrega a las pequeñas cosas con una naturalidad y generosidad que no todos tienen.

Os dejamos algunos vídeos cortos (casi todos de menos de un minuto) de su recital celebrado el 11 de octubre pasado en la Real Academia de Nobles Artes de Antequera en la que nos contó otras «ocurrencias poéticas» distintas -en la mayoría de los casos- a las del libro que están recopiladas en su libro ‘Antología del Sentimiento’, al que nos hemos referido .


La sala se llenó y las decenas de sillas supletorias que los organizadores fueron auxiliando, también se quedaron cortas ante la presencia de asistentes al doble de su aforo.




El acto fue presentado por Blanca Fernández- Capel, exdirectora de la Escuela de Salud Pública de la Junta de Andalucía y por Juan A. López Rama, director del Taller Antequerano de Escritura Creativa.
Y le dieron la bienvenida como anfitriones, Miguel A. Fuentes, Coordinador de Actividades de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera y el propio presidente, José Escalante. También recibió el respaldo del Concejal de Cultura y Patrimonio Histórico de Antequera, José M. Medina Galeote.

José Escalante

Miguel A. Fuentes

«Antonio con su recitar siempre bien entonado, paciente y pausado, como su manera de transitar por la vida, nos transportó de sopetón de aquel oasis místico al lugar ameno y delicioso de su edén poético para hacernos, un vez más, tocar el cielo… El cielo terrenal, palpable, de las alegrías y las penas; de los gozos y las sombras humanos. El público, entregado, recibió conmovido cada verso y aplaudió alborozado cada poema».

Así lo define, Juan Antonio López Rama que continúa diciendo …

Antonio honrando la grandeza y el noble oficio de su padre, como un humilde panadero de la poesía, nos envía muy de mañana sus versos palpitantes a los compañeros del Taller. Nos trae la «poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto», nunca mejor dicho… ¡Qué aprendices de escritores más agraciados, al contar con un maestro tan cercano y afable!

Médico rural durante su dilatada carrera profesional, recordando el título del poemario de la incomparable Gloria Fuertes, le llamamos agradecidos nuestro «poeta de guardia». Sus poemas sanadores nos reconfortan de los penosos infortunios del día a día.

Sus versos sencillos, transparentes atesoran la oralidad, viveza y espontaneidad de la poesía popular de los troveros, mientras sus hondura humana y fineza nos llega, en cierto modo, a recordar la perdurable eterna de los clásicos a los que lee con devoción. Él, que además, como muy pocos, posee la humildad que distingue a los más sabios.

Nuestro querido Antonio, por encima de conceptuales y dogmáticos, es un sentido poeta con prismáticos (perdón por la descarada rima consonante) capaz de mirar con amor, y siempre con compasión, la naturaleza humana. La vida del día impregnada de poesía, para transmitirla con una gracia y hondura que nos conmueve dichosos y agradecidos.

Su obra, con la memoria siempre presente, aborda temas muy variados. Destacando algunos de ellos por una suerte de poesía narrativa, como relatos o microrrelatos en verso. Escritos con una riqueza léxica coloquial admirable, además de su humor socarrón y su fina ironía, nos traen a la memoria los romances de ciego de la llamada literatura de cordel.

Gracias a Antonio, nuestro querido poeta de guardia, por regalarnos su poesía sanadora. Por librarnos a diario del infortunio de aquella pobre muchacha a la que cantaba Ana María Drack, cuyas «flores secas, que guardaba entre sus libros, se pulverizaron esperando a un poeta».

Juan A. López Rama |


Esto dijo Blanca Fernández Capel sobre Antonio Vera


Somos muchos quienes le seguimos acompañando en este viaje literario, agradecidos por su generosidad y por todo lo que aún nos tiene por ofrecer.
Por mi parte, mucha admiración y un cariño infinito hacia este gran hombre. | ChLL