
LAS MIL HISTORIAS NATURALES | de Francisco Rodríguez
EL SUICIDIO DE LAS CABRAS
Un montañero escala con pericia el paredón que cae a plomo. Acaba de hacer pasar cuerda por el mosquetón para asegurar su avance. Allá arriba, colgado en mitad del cantil calizo, retrepa por encima de la Escalera Árabe, en las montañas de El Chorro.
La denominación de este singular enclave, con sus más de 250 escalones esculpidos en la roca madre, es inexacta, pues su talla y elaboración correspondió a épocas más recientes.
De pronto, por segundos parece el cielo nublarse. Aborda al escalador la sensación de que algo voló por los aires, describiendo una trayectoria descendente.
Si retrocedemos unos minutos en la escala del tiempo indagaremos en los hechos precedentes. Un ser acababa de hacer aparición en el escenario, encumbrando el risco hasta recortar su caprina silueta sobre el horizonte. Un animal hecho a la montaña.
Pero aquella hispánica no lucia buen aspecto. A decir verdad su imagen resultaba macilenta. Algo la tenía perforada de mil agujeros, conformando un pelaje con deplorable aspecto; y eso donde le quedase pelo, pues numerosos tramos de su cuerpo lucían amplias calvas. La salud hacía tiempo que se despidió de la montesa para nunca más volver.
Nerviosa, se encontraba fuera de sí. Carcomida por dentro, avanzó sin prisa hacia el borde del abismo. Se detuvo… los segundos transcurrían densos, como el aire denso de aquel tórrido estío que envolvía, pesado, la sierra infinita. De repente, como si la vida hubiese dejado de tener sentido, el desdichado animal dio un salto… el salto definitivo. Un salto al vacío que le conduciría al fin de sus sufrimientos. La ley de la gravedad se encargaría del resto, el trabajo sucio.

Nadie sabrá jamás qué pasó por la mente del pobre animal en aquellos precisos segundos. Un comportamiento antinatural, podríamos concluir. Mas es fácil opinar cuando no tienes el cuerpo acribillado de un parásito que te está royendo lento e inexorable hasta hacerte enloquecer.
La sarna es una enfermedad que ataca a las caprinas sin piedad, en ocasiones de un modo muy virulento. Un prurito insoportable que las puede llevar a extremos como el que ocupa esta verídica narración.
Aquel ácaro insidioso, el arador de la sarna, era una hembra que, tras ser fecundada y morir su consorte, la emprendió con su hospedador a base de bien, practicando túneles bajo su piel, donde comenzaría a poner sus huevos, acompañados de unas toxinas que comenzaron a causar alérgicas reacciones al desventurado rumiante. En medio de aquel caldo de cultivo se produjo la eclosión. Nacerían inquietas larvas cuyas ansias de libertad las harían emerger a la superficie, transformándose allí en ninfas y más tarde en adultos. El contagio estaba servido. Dos
formas, ninfa y adulto, que pasarían fácilmente de un rumiante a otro con solo mediar contacto entre los bóvidos en el seno del rebaño.
Mas no sería aquella la última vez que habitantes de la sierra presenciaran hechos similares. Pues cuentan que en alguna ocasión alguien pudo volver a ver “llover cabras” desde lo más alto de las cumbres.
Francisco Javier Rodríguez, 11/09/2025
Francisco J. Rodríguez es un investigador y divulgador medioambiental con una amplia trayectoria en el estudio del ecosistema del Torcal de Antequera (Málaga).
Ha sido premiado por:
La Agencia de Medio Ambiente de Andalucía
El Colegio de Doctores y Licenciados de Málaga por su trabajo sobre el ecosistema del río Guadalhorce.
Encargado del inventario y propuesta de restauración de fuentes y abrevaderos del Torcal, por el Ayuntamiento de Antequera.
Autor del libro “La naturaleza en Villanueva del Rosario”, publicado por su Ayuntamiento.
Forma parte de un grupo de seguimiento de la colonia de cernícalos primilla, una rapaz protegida en el núcleo urbano de Antequera.
Actualmente trabaja como guía e intérprete de la naturaleza en el Caminito del Rey, en el Paraje Natural del Desfiladero de los Gaitanes.

Y es autor de además de numerosos trabajos científicos, del libro ‘Torcal. Habitantes del tiempo | Una historia humana.