Francisco Ruiz, el triunfo de la espera

«Un foráneo en el paraíso» | ChLL para atqmagazine
Fotos: Manolo Torres

En una finca serena del término de Archidona, donde las encinas se asoman al horizonte y el aire conserva aún el ritmo pausado de lo rural, ha germinado una historia singular. Una historia de paciencia, visión y coraje. La historia de Francisco Ruiz y su apuesta por el pistacho en la finca Conique, una plantación que hoy empieza a dar fruto y sentido.

Cuando Francisco decidió cultivar pistachos, lo hizo con la calma y la firmeza que lo definen. No fue una elección impulsiva ni guiada por modas. Fue el resultado de observar el terreno, estudiar el clima, conocer el árbol y creer que aún había tiempo para sembrar futuro. Lo hizo en silencio, sin aspavientos. Con paciencia infinita como se hacen las cosas importantes, venciendo la fatiga en la espera… a veces, a dentelladas secas y calientes…

A la entrada del Cortijo Conique, en Archidona, un cartel sencillo “Una vida entre encinas” da la bienvenida a quien llega.
No es solo un lema. Es una declaración de principios. Es la metáfora de una existencia vivida con raíces profundas, con paciencia, con sentido. Una frase que no necesita adornos para contar la historia de quien la escribió con sus actos. Francisco Ruiz, un hombre hecho de trabajo, paciencia y verdad. Un hombre que ha logrado hacer florecer un sueño donde otros veían solo tierra dura y tiempo incierto.


Conique no es una finca cualquiera. Es un paisaje de más de 200 hectáreas, donde el tiempo avanza a ritmo de encina. Un lugar en el que 50 hectáreas de pistachos han ido creciendo en silencio, lentamente, durante años. Ocho años, para ser exactos. Y ahora, al fin, comienzan a dar fruto. No es solo una cosecha, es el desenlace feliz de una historia de fe, constancia y carácter. Detrás, una vida de esfuerzos y de duro trabajo hasta conseguir hacer realidad el sueño.

Francisco estudió cada rincón de la finca. Me cuenta que eligió cuidadosamente las 50 hectáreas que reunirían las condiciones ideales. Con suelo suelto, sin encharcamientos, bien orientado, con espacio suficiente para que los árboles respiraran y echaran raíces. Y allí, hace casi una década, comenzó la aventura silenciosa del pistacho.

Estos años han sido de espera. De trabajo sin recompensa visible. La planta crece despacio. No da fruto al principio. Exige confianza. Durante ocho años, Francisco caminó esas hileras como quien acompaña a un hijo en su infancia sin exigirle nada, pero dándole todo. Agua justa. Poda oportuna. Paciencia infinita. Y siempre, la mirada fija en el horizonte.

Hoy, Conique empieza a devolver lo recibido. Los árboles ya muestran los primeros frutos con forma y carácter. La finca ha entrado en su edad productiva, y aunque aún queda recorrido para alcanzar su máximo rendimiento, el camino está marcado. Los pistachos, por fin, han brotado de la tierra como respuesta a una promesa cumplida.

Primeros momentos de la cosecha.

Más allá del valor económico, esta cosecha representa la confirmación de que un sueño sembrado con paciencia y cuidado puede hacerse realidad. La certeza de que el trabajo honesto, aunque lento, siempre lleva a fruto. Y que un hombre sereno, constante y firme como Francisco puede cambiar el paisaje de su tierra y también su historia, con algo tan simple y tan poderoso como una plantación bien hecha.

A veces uno se topa con personas que parecen haber sido diseñadas por la misma tierra que pisan. Francisco Ruiz es uno de ellos. Su vida es un camino labrado a pulso. Es un hombre de campo y de mundo, de trabajo y de familia, de pocas palabras pero muchas convicciones. Su historia no empieza en los libros de economía ni en las aulas de grandes escuelas, sino en la cantera, en los caminos polvorientos de Andalucía, en el yeso, en los camiones, en la responsabilidad temprana. Su vida ha sido una larga conversación con el esfuerzo.

Y sin embargo, hoy lo encontramos en un paisaje distinto, lleno de promesas verdes y silencios que hablan. En su tierra, su Cortijo Conique, en Archidona. Más de 200 hectáreas que parecen latir con su nombre, donde se alzan encinas centenarias como testigos de un proyecto agrícola inusual. Es un proyecto ambicioso, pero también profundamente emocional. Porque no es solo un cultivo, es también un sueño que se ha hecho suelo.

Aquí los pistachos, allá miles de encinas acaloran el sueño.

Pero el sueño de Conique no nació en un despacho ni en un laboratorio de agrotecnología. Nació en la experiencia vital de un hombre que ha tocado muchos oficios con las manos y el corazón.
Crecido con el sentido del deber bien arraigado, después de estudiar bachillerato, Francisco se formó en la fábrica familiar de yeso, donde pronto se incorporó al trabajo duro, al de verdad y se convirtió en un pilar. No tardó en asumir tareas complejas. Supervisión en las canteras, conducción de explosivos, con permisos especiales, y transporte de materiales en camiones a lo largo de toda la costa andaluza. Fue, como se dice en los pueblos, «un hombre para todo».

Más adelante, su inquietud y visión empresarial lo llevaron a involucrarse en la promoción inmobiliaria, levantando edificios, construyendo casas para hogares, A cada proyecto, Francisco le puso la misma energía que a la vida, trabajo, fe y una intuición silenciosa pero firme. Francisco no es hombre de alardes, pero sí de decisiones firmes. De esos que cuando se proponen algo, lo persiguen sin estridencias, pero con una fuerza interior imbatible.

Pero es en esta última etapa, cuando muchos piensan en retirarse, Francisco soñó aún más grande. Y donde otros hubieran bajado el ritmo, él dio un paso más. Sintió que el pistacho tenía futuro en Andalucía. Que era el momento de mirar al campo, no como un recuerdo, sino como una promesa. Y con ese olfato que siempre le ha guiado, invirtió no solo el patrimonio familiar, sino lo más valioso, su ilusión.

El resultado es Conique, un paraje que parece sacado de un cuento. Naturaleza salvaje y cuidada, sostenibilidad, respeto por el ritmo de la tierra… Pero también un lugar con alma, con historia, con valores. Como él.

Él sabía lo que hacía, aunque también sabía que habría que esperar. Por lo que me cuenta, me lo imagino ahí ocho años. Ocho primaveras observando las yemas sin exigirles nada. Ocho veranos regando con más ilusión que agua. Ocho otoños aprendiendo a leer el lenguaje de un árbol que exige paciencia. Ocho inviernos confiando, aunque el campo aún no hablara. | ChLL

Me dice que, el pistacho no es un cultivo fácil. Es una especie noble, pero exigente. Necesita suelos profundos y bien drenados, veranos largos y calurosos, y una dosis generosa de horas de frío invernal para florecer como debe. En ese sentido, lugares de la comarca de Antequera y en este caso, Archidona ofrece una combinación privilegiada, por su altitud media, clima continental moderado, buena exposición solar y una pluviometría ajustada. No sobra nada, pero tampoco falta.

En la visita de equipo Magazine el 5 de septiembre, los pistachos estaban así. Hace un par de días se han cosechado.

Y hablar de Francisco es hablar también de María Córdoba, su compañera de camino desde hace más de medio siglo. Porque ella es la artífice de que Conique sea también una referencia en las citas culturales que al hilo del calendario convocan a muchos antequeranos ávidos de arte y de culturas varias (teatro, música, encuentros gastronómicos, tertulias, poesía, paseos naturales…).

Noche Lorquiana en Conique | 2025


María describe a Francisco con una mezcla de ternura y respeto difícil de fingir.

“Mi marido es un hombre cabal. Un hombre con una grandeza humana excepcional. Me ha amado con la grandeza que solo un gran hombre sabe ofrecer a una mujer. Si tuviera que volver a vivir, volvería a buscarlo.” | María Córdoba


Esa frase resume más de medio siglo de vida compartida, donde el amor ha sido tan firme como la tierra que ahora cultivan. Son 53 años de vida compartida, hombro con hombro, paso a paso. Han criado una familia, han construido muchos sueños juntos, y ahora, en esta etapa de plenitud tranquila, siguen caminando uno al lado del otro. Porque los grandes proyectos, como algunas grandes historias, también se hacen en pareja, con amor, complicidad y respeto.


Francisco es también padre, abuelo, amigo, y vecino respetado. Quienes lo conocen no necesitan muchas palabras para describirlo. Dicen de él que es auténtico, noble, trabajador. Que inspira sin buscarlo. Enseña sin pretenderlo. Y continúa, aún hoy, soportando el peso de la vida con la energía de un toro y la calma de un ave silenciosa y serena, metáfora fiel de la naturaleza que tanto le gusta.

Y es que hay quienes viven la vida, y los hay que la construyen. Francisco Ruiz pertenece a esta última estirpe, la de los hombres hechos a sí mismos, de manos curtidas y mirada larga, que no se conforman con lo que hay, sino que imaginan lo que puede llegar a ser. Él es uno de esos hombres que, a fuerza de trabajo y fe en lo invisible, acaban por torcer el rumbo del tiempo hasta hacerlo coincidir con su sueño.

Lo que para muchos parecía una locura agrícola, él lo convirtió en certeza a base de empeño, de estudiar mucho el cultivo y de una confianza casi poética en el poder de la tierra.

Y ahora, por fin, es el tiempo de la cosecha.

Los árboles, al fin, han empezado a abrir sus cáscaras. El fruto se deja ver. Lo que era un proyecto sobre planos, una hilera de estacas bajo el sol, una ilusión dibujada en la mente de un hombre tenaz, es ya una realidad viva, que se puede tocar y saborear.

Pero más allá del valor económico, que lo tendrá, este fruto representa algo mayor. La culminación de una visión, el resultado de una promesa hecha a la tierra y cumplida con trabajo. Para Francisco, no se trata solo de pistachos. Se trata de demostrar que los sueños, si se riegan con constancia, pueden brotar. Se trata de vencer al tiempo con paciencia, y a la incertidumbre con carácter.

Foto tomada el 5 de septiembre 2025

Pronto crecerán los benjamines para unirse a los primeros.

Era septiembre, a principios, se esperaba la cosecha, la expedición magazine fuimos a verlos, pero aún no estaban listos.