Así fue la presentación de ‘Antología del sentimiento’ de Antonio Vera en el Real Monasterio de San Jerónimo de Granada

Presentación en Granada del poemario ‘Antología del sentimiento’ del poeta antequerano Antonio Vera Ruiz

Juan A. López Rama

Cuando la poesía abre sus puertas 
uno siente que el tiempo nos abraza
una verdad gratuita y novedosa
renueva nuestro manso alrededor.

Mario Benedetti

Sucedió la tarde del pasado jueves 18 de abril en Granada… ¡Pobres desdichados aquellos que nunca fueron a Granada!

Doblemente venturoso quien hilvana esta crónica más sentimental que académica, pues llegué a esa bella ciudad desde Antequera, donde en el Siglo de Oro floreció la Escuela antequerano- granadina de poesía. Y viajé hasta allí con la única intención, mira tú por donde, de escuchar a un poeta… A las siete y media en el Real Monasterio de San Jerónimo presentaba su poemario Antología del sentimiento nuestro querido amigo, compañero del Taller antequerano de escritura creativa, Antonio Vera Ruiz.

Mi sofoco por el calor de esa tarde de primavera encontró un inmediato alivio samaritano nada más entrar al Monasterio por un amplio zaguán en que el destacaba su empedrado granadino. Un oasis de frescor y misticismo. Tras unos minutos de espera nos hacen pasar, por una de las galerías del claustro, hasta la Sala Capitular  donde tendría lugar el acto. Sala que, a pesar de su holgada amplitud y de añadir tres bancos más, se queda pequeña ante el poder de convocatoria del poeta, quedando algunas personas de pie. Pero contentas por poder disfrutar de sus versos.

Blanca Fernández-Capel Baños, directora gerente de la Escuela Andaluza de Salud Pública editora del libro, hace la presentación destacando las cualidades humanitarias y humanistas del autor, como la generosa puntualidad con que envía sus poemas a amigos y compañeros. Resaltando el valor de esa labor suya, sobre todo durante la pandemia:

A continuación, Antonio con su recitar siempre bien entonado, paciente y pausado, como su manera de transitar por la vida, nos transportó de sopetón de aquel oasis místico al lugar ameno y delicioso de su edén poético para hacernos, un vez más, tocar el cielo… El cielo terrenal, palpable, de las alegrías y las penas; de los gozos y las sombras humanos. El público, entregado, recibió conmovido cada verso y aplaudió alborozado cada poema.

Coincidiendo con lo que han argumentado en El festival literario  de Antequera las cosas del campo autores como Andrés Neuman o Juan Manuel Gil, sobre la necesidad de que el escritor relate también sin complejos los momentos alegres y no solo el trauma, nuestro poeta gusta de cantar sobre todo lo gozoso de la vida. Pero tampoco elude lo sombrío, como en su poema La maleta sobre la masiva emigración desde el mundo rural andaluz hacia el norte durante el franquismo:

Antonio honrando la grandeza y el noble oficio de su padre, como un humilde panadero de la poesía, nos envía muy de mañana sus versos palpitantes a los compañeros del Taller. Nos trae la «poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto», nunca mejor dicho… ¡Qué aprendices de escritores más agraciados, al contar con un maestro tan cercano y afable!

Médico rural durante su dilatada carrera profesional, recordando el título del poemario de la incomparable Gloria Fuertes, le llamamos agradecidos nuestro «poeta de guardia». Sus poemas sanadores nos reconfortan de los penosos infortunios del día a día.

Sus versos sencillos, transparentes atesoran la oralidad, viveza y espontaneidad de la poesía popular de los troveros, mientras sus hondura humana y fineza nos llega, en cierto modo, a recordar la perdurable eterna de los clásicos a los que lee con devoción. Él, que además, como muy pocos, posee la humildad que distingue a los más sabios.

Nuestro querido Antonio, por encima de conceptuales y dogmáticos, es un sentido poeta con prismáticos (perdón por la descarada rima consonante) capaz de mirar con amor, y siempre con compasión, la naturaleza humana. La vida del día impregnada de poesía, para transmitirla con una gracia y hondura que nos conmueve dichosos y agradecidos.

Su obra, con la memoria siempre presente, aborda temas muy variados. Destacando algunos de ellos por una suerte de poesía narrativa, como relatos o microrrelatos en verso. Escritos con una riqueza léxica coloquial admirable, además de su humor socarrón y su fina ironía, nos traen a la memoria los romances de ciego de la llamada literatura de cordel.

Gracias a Antonio, nuestro querido poeta de guardia, por regalarnos su poesía sanadora. Por librarnos a diario del infortunio de aquella pobre muchacha a la que cantaba Ana María Drack, cuyas «flores secas, que guardaba entre sus libros, se pulverizaron esperando a un poeta».

Juan A. López Rama |