La noche del 17 de mayo, en uno de los encantadores patios con recuerdo a corrala de siglos atrás, de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, la risa se convirtió en el mejor antídoto contra el paso del tiempo.
El elenco de uno de los grupos de la Escuela Municipal de Teatro de Antequera (EMUTE) dio vida a la inmortal comedia de enredo Cuatro corazones con freno y marcha atrás, de Enrique Jardiel Poncela, en una representación que fusionó ingenio, ritmo y un desbordante amor por el teatro.
La obra, escrita hace casi 90 años, parece haber sido concebida para noches como esta en Antequera: bajo un cielo de primavera, entre piedras centenarias y con un público entregado desde el primer minuto. Lo que en el texto de Jardiel se presenta como una sátira sobre la eterna juventud, anoche cobró forma también como una reflexión hilarante y sorprendentemente vigente sobre lo absurdo de vivir sin fecha de caducidad… y sin despedidas.
«Cuatro corazones con freno y marcha atrás» no es solo una sucesión de situaciones locas y carcajadas constantes. O sea, sí, te mueres de risa con los enredos y los personajes, pero tiene algo más. Entre todo el lío, hay reflexiones que te dejan pensando. Es como si el autor te lanzara unas preguntas que no tienen fecha de caducidad: ¿de qué sirve vivir para siempre si ya no puedes saborear cada momento? Y lo más curioso, ¿qué pasa cuando la vida no tiene fin, pero se va quedando sin rumbo?
Es como si en medio de todo el desorden, la obra te pidiera que te tomes un segundo para pensar en lo que realmente importa. No es vivir eternamente, es darle sentido a lo que vivimos.
Y te digo, lector, lectora, anoche lo sentí clarísimo: las carcajadas venían de lo absurdo, claro, pero también había algo en el aire que me hizo sonreír con un toque de reflexión. Como si todos estuviéramos entendiendo lo mismo, sin necesidad de decirlo en voz alta.
El director, Francisco de Paula Ramírez, ofreció una versión adaptada del guion con la frescura que ya es marca de «su casa». Detrás de su aparente seriedad, volvió a demostrar su dominio del humor con guiños contemporáneos y situaciones reinventadas que avivaron los motivos de carcajada y el ingenio original de Jardiel. La mirada escénica de Paula, ágil y actual, aportó un dinamismo a una función que nunca perdió el ritmo.
Y si el texto brilló, fue también gracias al trabajo de un reparto que, más allá de su juventud teatral, demuestra ya una comprensión admirable de los fundamentos de la interpretación.
Isabel Molina, Isabel Muñoz, Belén García, Diego Salvador, Sergey Gostyuzhev, María Luisa Romero, Marga Martínez, José Antonio Luque, José Antonio Sánchez, Andrés Gómez-Carreño, Juan Antonio López, David Bautista, Remedios García, Ángel Bautista, Sara Benaisa, Sandra Morán y Leo Benaisa —un grupo tan amplio como entregado— que ofrecieron momentos de auténtico brillo.
A estos actores y actrices se les nota que están aprendiendo de forma avanzada con seriedad y pasión aspectos clave del oficio (algunos y algunas ya «vuelan») : el control del ritmo, la escucha en escena, la expresividad, el uso del espacio… y, sobre todo, y esto ya lo tienen muy bien aprendido: el saber disfrutar actuando, lo que inevitablemente nos contagió a los asistentes.
La complicidad entre ellos fue tan palpable como la carcajada del público, que no cesamos de acompañar con aplausos cada giro inesperado, cada ironía punzante, cada absurdo ingeniosamente interpretado.

Fue una muestra de que el teatro antequerano tiene corazón… y muchos más de cuatro.
Mención aparte merece también el cuidado de la producción: desde el sonido perfecto y la iluminación que envolvía el patio en un ambiente muy agradable, hasta la disposición escénica que aprovechó con inteligencia la arquitectura del lugar. Todo estuvo pensado con mimo, desde la organización hasta el último gesto en escena.
Y no se necesitaban deseos de «mucha mierda»: el patio estaba lleno, la función era un éxito anunciado, y el teatro, simplemente, se dejó vivir.
En tiempos en que se corre tanto, Cuatro corazones con freno y marcha atrás nos regaló una pausa para reír, pensar y, por qué no, desear que algunas noches no se acaben nunca. Aunque no tengamos la fórmula de la eterna juventud, con funciones como esta, a veces, no hace falta. Doy gracias por el rato aquí vivido.










Tres cortitos propios con mala calidad de imagen, pero que documentan: