Del frente de guerra en Siria a la Biblioteca de Antequera en directo | «Cowboys en el infierno», de Antonio Pampliega

Antonio Pampliega nos presentó Cowboys en el infierno. La guerra vista desde la soledad del freelance

La Biblioteca Municipal San Zoilo de Antequera acogió el jueves 30 de octubre la presentación del nuevo libro de Antonio Pampliega, corresponsal de guerra y periodista freelance que ha vivido en primera persona algunos de los conflictos más cruentos de la última década, incluido su propio secuestro durante 299 días.

Su obra más reciente, Cowboys en el infierno, es un testimonio brutal y necesario sobre la guerra, la precariedad del periodismo y la resistencia de quienes se juegan la vida para contar la verdad.

No todos los días un corresponsal de guerra se sienta a contarnos, en directo en nuestra Biblioteca Municipal, el horror de la guerra vivido en primera persona y en primera línea. No todos los días un secuestrado por Al Qaeda se abre ante los antequeranos en directo y nos hace partícipes de su miedo, su dolor y su valentía.

Antes de ser presentado por Sara Ruano, de SER Andalucía Centro Antequera, que trazó un perfil significativo sobre la figura estelar de Antonio Pampliega y su forma de escribir, y que utilizó con mucha maestría el tiempo justo para no derivar la atención de a lo que veníamos; hubo unas palabras de bienvenida al autor y al público por parte del Alcalde Manuel Barón, que resultaron ser muy acogedoras, afectuosas y agradecidas por el trabajo periodístico realizado y la oportunidad de contarlo en directo en nuestra ciudad.

El Alcalde de Antequera, manolo Barón, Sara Ruano, periodista de la SER y Antonio Pampliega.


Al tomar la palabra, Pampliega explicó que el propósito de la novela va más allá de relatar la crueldad de la guerra. “La verdad duele, y os impactará el dolor de lo que vais a leer”. Para ilustrarlo, nos mostró un audiovisual con fotografías y vídeos tomados por él en Alepo en 2012, destacando la ausencia de soldados y la presencia masiva de niños y civiles entre los heridos. “Entre un 80 y un 85% de los heridos que nos encontrábamos en los hospitales eran civiles”, subrayó, una cifra que refleja la brutalidad con la que el régimen sirio trató a los rebeldes.

Antonio Pampliega quiso dulcificarnos las fotos y los vídeos que nos mostró. Su rostro trataba de sonreír para no angustiarnos, pero a medida que recordaba cada instante, su gesto cambiaba desde dentro, y se percibía el esfuerzo continuo por no dejar salir sus lágrimas, cambiando inconsciente su faz. La voz se le volvía cerrada y, sin querer, modificaba su cadencia. Nosotros, el público, danzábamos también en ese sufrimiento, compartiendo su memoria del miedo, del dolor y de la humanidad que persiste incluso en el infierno de la guerra.

De la oscuridad de la novela Cowboys en el infierno, Antonio aclaró que, aunque es ficción, cerca del 70 % de lo que relata se basa en su experiencia directa. La portada del libro muestra una foto auténtica de él y sus compañeros corresponsales, uno de ellos ya sin vida, decapitado por el islamismo.

Los personajes en la novela son ficticios, pero inspirados en sus colegas.

La novela es, en cierto modo, una despedida a su etapa como corresponsal de guerra.
Ser freelance, explicó, implica buscar noticias en primera línea, jugársela y luego vender los reportajes al mejor postor. Los medios españoles pagan menos que los internacionales, lo que los obligaba a asumir riesgos enormes para sobrevivir y documentar la guerra.

El esfuerzo, la adrenalina, los tanques, los francotiradores y los hospitales con civiles heridos no eran para la emoción o la fama, eran para mostrar la realidad más cruda, para que el mundo no olvidara a quienes sufrían en silencio.

Siria marcó profundamente su carrera. Ha estado en el país 12 veces, siendo testigo de una tragedia brutal. Trece años de guerra han dejado más de seiscientos mil muertos, y el conflicto ha sido, en gran medida, invisible frente a otros. Criticó la parcialidad de la atención internacional. Los medios y la población se movilizan más dependiendo más de quien mata que de la tragedia humana en sí misma.



Sus ejemplos eran gráficos y desgarradores a pesar de que eligió imágenes de un nivel de horror medido, imágenes que ya estamos acostumbrados a ver: niños heridos en Alepo, calles llenas de escombros, civiles atrapados y francotiradores que obligan a sortear cada paso a vida o muerte…
(¿imágenes a las que ya nos hemos acostumbrado en los telediarios?. No sé si soy un hombre débil por no acostumbrarme a ello)
Las más cruentas, las guardó para que no sufriéramos al verlas. Y él y los cowboys estaban allí a distancia de metros viviendo ese horror…

Y más allá del horror sufrido en vivo y sufriendo en la memoria, Antonio quiso transmitirnos el valor de la documentación, las imágenes y los vídeos no son espectáculo, sino evidencia. Sin ellos, explicó, nadie sabría de la guerra real, de los civiles heridos, del miedo compartido por periodistas y poblaciones atrapadas. Cada reportaje, cada foto, es una forma de justicia, un acto de memoria. Detrás de cada una de ellas hay una historia real trágica.

El libro traslada al lector a Alepo, 2012. Lucas Corso y El Guaje, dos jóvenes periodistas españoles, cubren la sangrienta batalla por la ciudad siria. Freelances sin respaldo institucional, sobreviven gracias a su determinación, su adrenalina y la esperanza de que algún medio compre sus reportajes. Cada esquina puede ser la última; cada calle, una trampa. Pampliega recrea la guerra urbana con una precisión asfixiante. “Caminábamos en fila india. El Guaje primero y yo un par de metros detrás, en silencio absoluto y haciendo el menor ruido posible, sobre aquella lacerante alfombra de cascotes y cristales rotos”.

Antonio nos relató la explotación que sufren quienes trabajan “a tu suerte”. Medios que ofrecen experiencia a cambio de material gratuito, salarios irrisorios y riesgos reales. Cowboys en el infierno denuncia cómo un oficio que debería ser noble se ha convertido en un terreno de supervivencia, donde cada reportero es un llanero solitario enfrentado a francotiradores, explosiones y negociaciones de horror a precio de ganga.

Pampliega, que fue secuestrado 299 días por Al Qaeda en Siria, no busca dramatismo gratuito. Su forma de contarlo tanto en su propia voz en la Biblioteca como en lo que ya he podido leer en estos dos días, es directa, descarnada, sin adornos. Me parece un retrato honesto de la generación de corresponsales autónomos que persiguen el sueño romántico del periodismo mientras los medios languidecen en crisis.

Con Cowboys en el infierno, Pampliega cierra una etapa, nos lo dijo tajante. Tras años de premios, portadas y secuestros, opta por una vida más estable para poder criar a su hija y seguir contando historias desde «otra trinchera». Sin embargo, deja para nosotros los lectores una «advertencia clara». La valentía detrás de cada crónica no es opcional, y sin periodistas dispuestos a jugársela, la verdad se diluye en el ruido.



Estoy viendo mientras leo, que este libro no es solo un relato de guerra. Es un manifiesto, un disparo contra la indiferencia y una invitación a comprender qué significa realmente ser freelance en los conflictos contemporáneos. Para quienes aún creen en el periodismo, y para muchos que solo queremos abrir los ojos, Cowboys en el infierno es una lectura obligada.

Antonio Pampliega, es un corresponsal de guerra y periodista freelance que ha pasado más de una década cubriendo conflictos en los cuatro continentes: desde Irak y Afganistán hasta Congo, Venezuela, Líbano o Siria, su último destino. Sin respaldo institucional, los periodistas se jugaban la vida, improvisando con taxis, barquitos inflables comprados en supermercados y la ropa más ligera posible para moverse con rapidez entre las balas de francotiradores.


Más allá del peligro, el libro también refleja la humanidad y la solidaridad que surgen incluso en medio del horror. Pampliega recuerda cómo ayudaban a compañeros heridos y cómo, años después, ofrecían apoyo a personas desconocidas que sufrían enfermedades graves.

Quiso también destacar que, a pesar de todo lo vivido (secuestrado 299 días en Siria y afectado por estrés postraumático), siempre consideró que valió la pena. “Si no hubiera habido un fotógrafo durante la liberación de Auschwitz, nadie hubiera creído que existió ese campo de concentración y ese horror». Si no hubiera ‘cowboys del infierno’, nadie sabría fuera de Siria, Afganistán o Congo la oscuridad que se cierne sobre esas poblaciones. Es nuestra función, a esto nos dedicamos”.

La obra de Pampliega no solo es un relato de guerra; es también un manifiesto sobre el periodismo freelance, sobre la precariedad, el coraje y la ética que exige cubrir conflictos sin red de seguridad. Como él mismo nos contó, los corresponsales son “familia”, y Cowboys en el infierno es un homenaje a quienes arriesgan la vida para que el mundo vea la verdad.

Me fui de la Biblioteca de Antequera agradecido pero con un nudo en la garganta, y vi que muchos también salían compungidos, conscientes de la fragilidad de la vida y del coraje de quienes se enfrentan al horror para que otros sepan la verdad. Antonio Pampliega nos mostró que la valentía no solo es arriesgar la vida, es también contar lo que ocurre, aunque duela, aunque nos deje sin palabras, aunque el peso de la guerra se sienta en cada respiración.
¡Ojalá vuele libremente la paloma de la paz sobre todas las cabezas en el mundo …y que sea pronto ! | ChLL

Antonio Pampliega junto a una de las columnas originales del claustro del antiguo convento de San Zoilo,
hoy sede de la Biblioteca Municipal San Zoilo.