«Me enrocaría al fresquito de la noche antequerana en esta torre con un buen libro, esta música, un vinito y unas buenas tapas»

«Un foráneo en el paraíso» | ChLL para atqmagazine
Foootos prestadas por Nani Ríos y Eva Internacional

Subí a la torre del Palacio de Nájera como quien entra en casa ajena con respeto. Bajé con la certeza de haber redescubierto Antequera desde un ángulo nuevo, inesperado, casi secreto, del que no sabía que se podía mirar.

Y es que solamente se puede visitar excepcionalmente. Ahora es uno de esos momentos dentro del programa Luz de Luna del Ayuntamiento en el que el MVCA abre a visita esta intimidad oculta para la mayoría de los ciudadanos. Lo hace de la mano de las anfitrionas de Ciudades Medias que explican de maravilla (eso siempre) también cada palmo de este palacio y museo.

La experiencia no es solo subir a un mirador privilegiado (ya con eso valdría la pena), es reencontrarse con la ciudad desde el aire de la historia.


El aire entra limpio en la torre por los balcones y por cada uno de sus vanos, la luz juega con las yeserías y desde lo alto se despliega la ciudad con una cercanía insólita.

La torre que corona el palacio de Nájera, (sede actual del Museo de la Ciudad, MVCA), capricho barroco entre tejados, soñado por Francisco de Eslava y Almazón), fue construida en el siglo XVIII por el alarife Nicolás Mejías. Y fue en su día un símbolo de estatus. No se levantó para defender, sino para mirar: eso ya dice mucho. Es una torre mirador, un lujo doméstico, una ventana al alma de Antequera. Es una atalaya emocional –para mí, como si mirara otra vez Antequera con los ojos vírgenes como cuando llegué por primera vez a esta ciudad– desde la que uno redescubre el perfil de los tejados, los campanarios, las iglesias, la Alcazaba recortada contra el cielo, la Peña como telón de fondo, y a lo lejos, el campo ondulado que nos recuerda que lo monumental y lo rural conviven aquí desde siempre.

El Palacio de Nájera, ubicado en la Plaza del Coso Viejo de Antequera, fue originalmente una mansión solariega mandada construir a comienzos del siglo XVIII por Don Alfonso de Eslava y Trujillo. Las obras se iniciaron en el primer tercio de ese siglo y continuaron con su hijo, Don Francisco de Eslava y Almazón, quien añadió la emblemática torre mirador

Mira estos cortos…


La visita estuvo guiada con la sabiduría y la elegancia de maneras habitual en Manuela Carmona Chicano, anfitriona ideal donde las haya, que supo hilvanar datos, anécdotas y contexto con una cadencia perfecta. Supo mantenernos con los oídos atentos en un relato medido, ágil y atractivo, aunque «nos dio permiso tácito» para que nuestra vista se despistara allá donde los ojos quisieran mirar. Un relato ni frío ni saturado. Lo justo para despertar la curiosidad y dejarnos con ganas de saber más, que es donde empieza el verdadero viaje por la historia de una ciudad.

A esas alturas ya estábamos encantados, y apareció un personaje de época (no quiero desvelar quien para no hacer spoiler de las próximas visitas de otros), que aportó un toque entrañable, simpático y muy humano. Nos hizo sonreír con ganas y redondeó una experiencia que ya estaba siendo excelente. Nos reímos, nos emocionamos un poco, y por un instante, la torre volvió a estar viva, como suponemos que estaba en los días en que todo allí arriba tenía sentido.

La visita, organizada excepcionalmente por Ciudades Medias del Centro de Andalucía, en el MVCA, es una joya breve pero intensa. Quedan pocas fechas, y os lo digo sin rodeos: no os la perdáis. Hay vistas que no se olvidan, y la de Antequera desde esa atalaya barroca es una de ellas. Te abraza el aire de la historia, los tejados, las torres, la Peña… todo parece más cercano, más tuyo…

Desde allí arriba, todo tiene otro orden. Otro peso. Otra luz. Si pudiera, me quedaría a vivir allí al fresquito de las noches del verano antequerano ( he dicho bien: fresquito, allí se estaba fresquito ).

En lo alto, me bastaría un libro, esta música que me regaló mi hija (y que puedes escuchar desde aquí) , un vinito, unas tapas y esa vista. Si me dejaran, me enrocaría en esa torre como vigía voluntario de la ciudad, para mirar todo lo bonito que suceda.
Pero mientras llega esa utopía, recomiendo a todos los antequeranos, y a los visitantes con gusto, que suban y miren. Porque desde allí arriba, Antequera no solo se ve distinta: se siente distinta. Te atrapa silenciosa.

El Palacio de Nájera, ubicado en la Plaza del Coso Viejo de Antequera, fue originalmente una mansión solariega mandada construir a comienzos del siglo XVIII por Don Alfonso de Eslava y Trujillo. Las obras se iniciaron en el primer tercio de ese siglo y continuaron con su hijo, Don Francisco de Eslava y Almazón, quien añadió la emblemática torre mirador.

Fin de la visita. Foto: Eva Internacional