Un lujazo: 37 ‘paisajes’ de Evaristo Guerra en el MAD de Antequera | 19 enero a 31 marzo 2024

La Diputación Provincial de Málaga trae al MAD de Antequera al extraordinario pintor de Vélez,  Evaristo Guerra, en una exposición cuyo eje principal es el paisaje.

«La exposición se abre a un  paisaje colorista, fundamentalmente rural –como es habitual en su obra– con algunas incursiones de escenas marítimas como si se tratase de un abrazo al mar Mediterráneo que nos baña. Todo ello con el inconfundible trazo de un artista, que maneja con gran conocimiento de la composición la paleta multicolor de su pintura.
Esta exposición de Evaristo Guerra se nos antoja como necesaria en estos tiempos de celeridad y de urban life para acercarnos de forma reposada a la naturaleza, al pueblo, a la aldea, y disfrutar de paisajes soñados por el artista en una degradación perfecta de colores».
37 obras componen esta genial exposición, varias de ellas son dípticos, composiciones e instalaciones con profundidad.

  • Exposición «Paisajes» de Evaristo Guerra.
  • Del 19 de enero al 31 de marzo 2024.
  • MAD Antequera, calle Diego Ponce, 12. 

Este vídeo de la Productora CEDECOM nos acerca de forma intimista a Evaristo Guerra, otro de los grandes artistas malagueños de la Pintura.

El pintor Evaristo Guerra ha llevado sus coloridos paisajes de la comarca malagueña de la Axarquía a galerías y museos no solamente de toda España, sino también a Miami, Nueva York, Ginebra o Alejandría. Su proyecto más ambicioso fueron las pinturas en el interior de la ermita de la Virgen de los Remedios, en Vélez-Málaga, que supera en extensión a la Capilla Sixtina del Vaticano y que le supuso 12 años de intensa dedicación. Grandes personalidades como Camilo José Cela, Antonio Gala, Julio Iglesias, Rocío Jurado o la Duquesa de Alba adquirieron algunos de sus cuadros más emblemáticos. Entrevistamos a un artista que, con sus pinceles, nos evoca la magia y espectacularidad de los parajes andaluces | CEDECOM


Si no puedes presenciar en directo y sentir sus trazos y su horizonte en vivo.
Te facilitamos enlace al catálogo de la exposición en el que puedes admirar todos los cuadros expuestos por si nos lees desde fuera de la provincia y no te atreves o no puedes hacer una escapadita (que sería lo suyo).

Atardecer en la Vega de Antequera
Óleo sobre lino
195 x 195 cm / 2023-24


Siempre tan generoso y entregado a su vocación, para esta muestra ha pintado una pieza de amplio formato: Sol de tarde en la vega de Antequera (2023), donde ha recogido las construcciones del pueblo rodeadas del hermoso paisaje. | Sebastián Gámez Millán

En el catálogo de la exposición encontrarás textos ilustrativos, de:
José Antonio Muñoz Rojas
Antonio Mingote
Camilo José Cela
José Infante
José Hierro
Jesús Hermida
Manuel Alcántara
José María Carrascal
Alfonso Canales


Merece la pena leer cómo Sebastián Gámez Millán define a este gran pintor, destacando…

«El mundo de Evaristo Guerra (Vélez-Málaga, 1942) hunde sus raíces en la naturaleza y, en particular, en el paisaje de su tierra: la Axarquía, Málaga, Andalucía, España, espacios todos pintados por él. Pero cualquiera que se asome a su obra puede reconocer en ella un pequeño paraíso terrenal.
¿El paraíso de la infancia? Más bien es el paraíso de la inocencia. Antonio Machado escribió: «Se canta lo que se pierde». ¿Y qué hay que tarde o temprano no se pierda? Tengo para mí que la creación, el anhelo de crear algo perdurable a través del arte, surge de la conciencia de la mortalidad.

Su trayectoria comienza con apenas doce años a la Vista de Benamocarra (1954). Continúa con un diálogo con los antiguos y siempre nuevos maestros: Velázquez, Murillo, Goya, Van Gogh, Picasso… En casi todo proceso de aprendizaje hay un diálogo con los maestros, y en el arte nunca se termina de aprender, de experimentar, de descubrir e innovar. A lo largo de casi dos décadas va buscando su propia voz o, si se prefiere, su forma-color, hasta que en 1972 pinta Dos kilómetros para el pueblo, con la que obtiene el prestigioso Premio Blanco y Negro. Los dos primeros artistas en obtener este prestigioso premio han sido dos malagueños: Cristóbal Toral y Evaristo Guerra. En esa obra ya se cifra y encuentra lo que será su mundo, con las inevitables variaciones de cada ensayo, pues el arte es una aventura en la que no se sabe a ciencia cierta lo que sobrevendrá.

Se diría que hay al menos dos tipos de artistas: aquellos que están experimentando en una metamorfosis sin fin, como Picasso –si bien este «picassizó» cuanto tocó, incluida la propia historia del arte–, y aquellos otros que descubren su estilo y no dejan de expresarse mediante él. Sin duda, Evaristo Guerra pertenece a estos últimos.
¿Qué va antes, la línea o el color, si es que podemos prescindir de alguno de ellos? Ya sea por su forma de figurar por medio de líneas, ya sea por su paleta de colores, Evaristo Guerra ha creado un mundo que identificamos en seguida como propio y personal, aunque por el acto de recepción de los espectadores puede ser de todos y de nadie: es un mundo apolíneo y ordenado en una clara geometría de líneas donde se representan los fenómenos de la realidad con tonos muy vívidos y peculiares.

De todos los géneros de la pintura en el que más sobresale Evaristo Guerra tanto por la cantidad como por la calidad es en el paisaje. Se trata de un tema universal. El paisaje es el medio ambiente en el que los seres humanos, de manera similar a otras especies de animales y vegetales, desarrollan su vida. Ciertamente, los humanos no tenemos un hábitat, sino mundo, pero todos pertenecemos a unos paisajes que nos condicionan, si es que no nos determinan a ser como somos. Miguel Delibes definía la novela como un paisaje, unos personajes, una pasión.
En los paisajes de Evaristo los personajes misteriosamente han desaparecido, o hay que imaginarlos dentro de las casas, pero desde luego hay en todo tiempo paisaje y pasión.

Uno de los principales placeres de Evaristo reside en contemplar paisajes, contemplarlos solitaria y solidariamente hasta que comienzan a iluminarse y tatuarse en su interior. Luego siente la necesidad de expresarlos por medio de la pintura, que es el medio con el que se expresa con mayor fuerza y claridad.

Hay investigaciones que apuntan que los paisajes que despiertan en los seres humanos mayor placer reúnen las siguientes características y elementos: «a) espacios abiertos de césped o hierbas bajas con algunos núcleos de arbustos o agrupaciones de árboles; b) la presencia visible y directa de agua o, al menos, que esa presencia se advierta de cerca o a lo lejos; c) una abertura en al menos una dirección que ofrezca una visión panorámica del horizonte; d) signos de vida animal o de aves; f) diversidad de vegetación que incluya flores y árboles frutales» (El instinto del arte. Belleza, placer y evolución humana, Denis Dutton).
Exceptuando quizá la cuarta, curiosamente los paisajes de Evaristo Guerra, tan singulares, reúnen todas estas características.

Tengo para mí que Evaristo Guerra sobresale más por los colores de su paleta que por las líneas de sus dibujos, eso sí, sin renunciar a ninguno de los dos pilares de la pintura, pues de lo contrario, ¿cómo podríamos distinguir entre los diferentes fenómenos de la realidad? Imaginar, distinguir y reconocer son tres operaciones elementales del conocimiento que nos procuran placer.
Por lo que respecta a los colores, como advirtió Félix de Azúa en su Diccionario de las artes: «No hay artista, de Da Vinci a Van Gogh, de Durero a Goya, que no haya dejado noticia de sus invenciones cromáticas. Son notas de un lirismo tan inmediato que nos hacen sonreír, pero sobre ellas descansa la posibilidad misma de la pintura, porque los colores no son cuerpos, sino figuras, y un pintor sin su propia y original leyenda cromática, sin un color significador del mundo, un color capaz de hacer mundo, de figurarlo, carece de todo interés».

¿Cuáles son los colores de Evaristo Guerra? Como del abecedario surgen todas las palabras, incluso los neologismos todavía por nacer, de los cinco colores primarios emergen todos los colores, incluso los que aún desconocemos. Evaristo Guerra mantiene una lucha sin tregua con la pintura en busca del color idóneo, explorando y descubriendo nuevos colores, entre los que sobresalen los violáceos, los rosáceos y los anaranjados, haciéndolos siempre suyos, con mucha luminosidad. Los colores de Evaristo son los de la inocencia, inocencia que es el paraíso perdido y recobrado, inocencia que es amor.
Estos colores se perciben a lo largo de toda la muestra, pero en especial reverberan, además de Homenaje a la luz de Andalucía, una de sus indiscutibles obras maestras, en Últimos sueños, unos paisajes en los que sobresale la luz y la estructura geométrica del paisaje por encima de los detalles, de las construcciones y de la vegetación. Curiosamente, recuerdan a sus primeras pinturas, como Casas soñadas (1962), con la diferencia notable de que hay un mayor despojamiento de elementos y más luz, en un paso más allá dentro de su evolución creadora, como si lo figurativo y lo abstracto se abrazaran en el horizonte, dejando solo lo esencial.
Siempre tan generoso y entregado a su vocación, para esta muestra ha pintado una pieza de amplio formato: Sol de tarde en la vega de Antequera (2023), donde ha recogido las construcciones del pueblo rodeadas del hermoso paisaje. Ciertamente, otra de las virtudes de Evaristo Guerra son las composiciones con un secreto orden geométrico. Defino la composición como el arte de distribuir las figuras y los colores en el espacio.
Naturalmente, se trata de otro aspecto esencial para conseguir los efectos sentimentales, cognitivos, afectivos y comunicativos que persigue producir, entre los cuales la armonía es fundamental.
Como Bach en la música, con repeticiones y variaciones sin fin, la pintura de Evaristo Guerra cautiva y hechiza. Gracias a composiciones con este secreto orden geométrico, el artista logra trascender la subjetividad, propia de la belleza moderna, y elevarla hasta lo intersubjetivo o universal, suscitando en el espectador armonía, serenidad, paz» | Sebastián Gámez Millán

CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN ‘PAISAJES’
Si puedes, ven a verla, disfrutarás más. La sentirás mejor.

Algunas otras obras de Evaristo Guerra.


Artículo del catálogo de Evaristo Guerra de la exposición «Homenaje a la provincia de Málaga», celebrada en 1980 en el Museo de Málaga, hoy Museo Picasso. | Inserto también en el catálogo de la exposición actual.
José Antonio Muñoz Rojas

«Hoy, acompañando a alguien he subido al viejo barrio alto. Desde el pretil que hay enfrente del arco de Santa María, he contemplado la ciudad. Mis ojos han volado de campanario en campanario, desde Capuchinos a Belén, desde San Isidro a Santiago. De torre en torre, desde las del barrio del Carmen a las que eran nuestras. Allí el corazón se me ha quedado un rato, ha entrado en la casa, le ha venido un olor que conoce bien, ha dudado subir por una u otra escalera. No, hoy por la principal que estaba preciosa de reluciente y limpia, con su Virgen de la Valvanera. Luego arriba, ¿dónde dirigirse? ¿Qué cuarto de aquella casa del alma llamaba más amorosamente a nuestros pies? ¿El gabinete? ¿La sala de la calle o la del jardín con el oratorio? ¿El despacho? El corazón ha dudado y se ha perdido, porque una voz la ha sacado de la casa repentina y duramente. Pregunta por no sé qué y de nuevo hace que mis ojos se conviertan en vencejos sobre los tejados de la ciudad. Ahora se han parado en el campanario de San Agustín, arrabal entonces hoy convertido en centro de la ciudad: entre 1500 y 1550 había una ermita al pie de las barbacanas dedicada a San Sebastián, al comienzo del camino de Estepa y de ella tomó nombre el barrio. Terreno fácil, campo abierto, lugar de sobra para edificaciones. Se iba por allí a Estepa y Sevilla de donde a la ciudad le vino, un día no lejano, la salvación. Lo que fue en un comienzo camino se hizo calle, calzada amplia.
La ciudad se extiende en el hoyo, se encarama en los cerros que la rodean, se cobija bajo los campanarios. Por el norte abre a la vega, caminos que van a Córdoba, al oeste a Sevilla, al este a Granada, las tres llamadas. La sierra se los niega al sur, al viento del mar, a la dulzura de los naranios y la llama de los limoneros.
Vega y sierra están resonando en la ciudad como el mar en los puertos. Defensa y camino, pan y cobijo, balido y arado. De una le viene lana y leche, aguas y carbones, de la otra trigo y aceite, lumbre y pan. Por la vega desciende a veces el solano como un loco dando bandazos, extendido y azotador. Es un viento duro y calentón en los veranos que silba agudamente en las esquinas, que doblega los cipreses y encrespa los olivos plateándolos, que descompone los ánimos y agota los pegujales. Bajan sobre la vega las heladas del cielo inmóvil de enero; las chicharras diarias y los nocturnos grillos son la canción veraniega, cuando cruje el rastrojo y se pierde la fuente.
El río va de la sierra a la vega, corta esta y señala su paso con mil caserías, con hazas pequeñas, con arbolados frutales, los que da la altura y el clima, –higueras, granados, moreras, nogales–.
Mas allá donde el río cesa, las hazas se agrandan, las caserias se convierten en cortijos, los olivos sueltos, en serios ordenados olivares. No hay agua que riegue y hay que dejarle el trabajo a la tierra y el sol y a la lluvia, poca o demasiada, que el cielo quiera mandar.
Hasta este pretil suben los sones varios de la ciudad. El tintineo de la fragua, la garlopa en la madera, el mazo. Y otros más distantes y confundidos de aguas e ingenios y voces que los rigen y los domésticos y diarios, la mujer y el niño. Hierve levemente la vida abajo. Arriba todo son recuerdos. El arco de los Gigantes, sin gigantes ha muchos años, solo es leyenda de grandezas.
Más adentro, en lo que era plaza de la villa y respaldándola dorada y sola, melancólica, Santa María, ahora sin santos ni lámparas, decayendo».