Los perfumes y sus frascos artísticos | Por Alicia Durántez Marcos

Iniciamos gracias a Alicia Durántez Marcos una serie de colaboraciones sobre algunas curiosidades del Arte y de la Historia. Son como caricias a recuerdos desde la pluma de una experta, con una sensibilidad especial en la mirada a fragmentos y escenas, costumbres y artes decorativas de otros momentos de la Historia. CLL, Editor ATQ|Magazine

Alicia Durántez Marcos es Doctora en Historia del Arte. Experta en Vidrieras Artísticas. Redactora de Arte. Redactora de colecciones y catálogos de arte, publicidad artística y arte contemporáneo. Gestora Cultural. |

Tienen una historia antiquísima. Se cree que la perfumería nació con la quema de gomas y resinas como incienso para aromatizar ceremonias religiosas, lo que también dio origen a la palabra perfume, del latín per fumum, que significa “a través del humo”.

Los primeros testimonios proceden de Egipto. Cuando se abrió la tumba del faraón Tutankhamón, se encontraron más de tres mil frascos de bálsamo que, tras el paso de más de treinta siglos, aún conservaban algo de su fragancia.

“Los perfumes más selectos” formaban parte de la fórmula, dada por Dios mil quinientos años antes de nuestra era, para la elaboración del aceite de unción santo que utilizaban los sacerdotes israelitas (Éxodo 30:23-33).

Con la llegada de los árabes a España la perfumería se extendió al resto de Europa.
Los países mediterráneos contaban con el clima adecuado para el cultivo de flores y plantas aromáticas, principalmente el jazmín, la lavanda y el limón.

Pero es en torno al 1200 cuando tiene lugar el acontecimiento más significativo relacionado con el desarrollo de la industria perfumista tal y como hoy la conocemos. El Rey Felipe II Augusto sorprendió a los perfumistas, que hasta ahora habían trabajado por su cuenta, con una concesión mediante la cual se establecian los lugares de venta de perfumes y reconocían la profesión como tal, así como la utilidad social de estas sustancias.
Entonces se empezaron a crear las primeras escuelas donde se formaron los aprendices y oficiales de esta profesión, que tras cuatro años de estudios pasaban a ser maestros perfumistas , supervisando los trabajos de prensado de pétalos, maceración de flores, mezclado de ingredientes, y, resumiendo, expertos encargados de conseguir la fórmula del perfume deseado.
Esta concesión a los artesanos fue apoyada posteriormente, en 1357, por Juan II, en 1582 por Enrique III, y, en 1658, fue ampliada por Luis XIV.

Se convierte así Francia en la cuna del perfume.
Entre los s.XVI al XIX los nobles adquirían separadamente perfume y envase, teniendo así su fragancia favorita dentro del frasco que más le agradaba.

Cuando la burguesía comenzó a ser consumidora de perfume, la demanda de envases de vidrio se disparó, apareciendo de este modo los primeros envases fabricados exclusivamente para perfumes.
Los cristales eran cortados por los artesanos con sumo cuidado y después tallados a mano.

Todo un arte que convirtió el ser poseedor de un perfume en un símbolo de poder económico y refinamiento. Los perfumeros eran colocados en los salones de las casas, a la vista de todos, como un producto de lujo y ostentación.

Es en esta época cuando se fabrican verdaderas obras de arte que ahora sería imposible elaborar debido a que el coste del envase superaría con creces al coste del perfume; todavía se conservan algunos ejemplares en museos como auténticas joyas realizadas a mano y adornadas con oro, plata y piedras preciosas.

A partir del avance durante el XIX de las industrias del vidrio, y sobre todo con el auge de las tendencias artísticas como el art nouveau, se crean maravillosos frascos de perfume promovidos por las industrias de cosméticos emergentes.

Saint-Gobain, Baccarrat, Lalique,…son algunos de los creadores de estas pequeñas joyas ,que realizaban en función del gusto de cada país y sus tendencias artísticas. Muchos eran encargos personales.

Frasquitos originales y muy personales, dando lugar al màs puro diseño artístico.