¿Cuál es el origen del cementerio de Antequera?

Para hablar de cuál fue el origen de nuestro cementerio, tendríamos que remontarnos a la Real Cédula del 3 de abril de 1787, que se promulgó durante el reinado de Carlos III. Pedía tomar una serie de medidas e instaurar el uso de cementerios bien ventilados que estuvieran situados a extramuros de las ciudades. Ya que hasta entonces los enterramientos venían produciéndose en las criptas de las iglesias, conventos, cementerios adjuntos a estos… lugares no apropiados para sepultar cadáveres, resultando focos de contagios y propagadores de epidemias. Esto conllevaba situaciones de insalubridad y falta de higiene para las poblaciones. Solo se podrían enterrar en los templos determinadas personas: Familia Real, clero y miembros destacados de la sociedad civil. 

Como apunte histórico, diremos que la epidemia de fiebre amarilla de 1800 en España hizo acto de presencia en las costas del sur de España, propagándose a otros puntos de Andalucía y al interior de la península con gran virulencia y rapidez, subiendo vertiginosamente los índices de mortandad. Hubo varias causas que favorecieron la veloz difusión, entre ellas, la mala higiene de muchos pueblos y ciudades, y el desconocimiento de los médicos con respecto a cuál era la causa principal de esta enfermedad.

Entre 1800 y 1804, la epidemia se hizo notar en buena parte de la geografía andaluza como Cádiz, Sevilla y Málaga. En estos años, hay una figura destacada que merece especial mención, don Juan Manuel de Aréjula y Pruzet. Nacido en Lucena en 1755 y fallecido en Londres en 1830, era cirujano y químico. Recorrió parte de Andalucía como Cádiz, Medina Sidonia, Málaga, Antequera, Montilla, Espejo, Lucena, Estepa, etc., recogiendo en sus escritos los graves problemas a los que se enfrentaban como consecuencia de la epidemia. Se convirtió en uno de los médicos europeos con mayor experiencia y trascendencia en esta terrible enfermedad, reflejándolo en diferentes libros y folletos, los cuales muchos fueron traducidos a varios idiomas. Su principal obra fue “Breve descripción de la fiebre amarilla padecida en Cádiz y pueblos comarcanos en 1800, en Medina Sidonia en 1801, en Málaga en 1803 y en esta misma plaza y varias otras del reyno en 1804”, publicada en 1806. Precisamente en esta obra, Aréjula relata cómo Antequera se vio afectada por esta epidemia. Una visita que realizó personalmente a Antequera acompañado de dos profesores, don Juan Ramón Solano y don Josef Galán, el 28 de septiembre de 1804. 

Así relataba en algunos fragmentos: “Al día siguiente 28 me cercioré por mi mismo que toda Antequera estaba sembrada de epidemiados, que la enfermedad había recorrido ya toda la calle de Estepa, y que no se encontraban tres casas seguidas en ninguna otra de la ciudad donde no hubiese uno o más enfermos del contagio…”

“Debo advertir que en Antequera el muchacho Josef Delgado, doña Manuela Muñoz, doña Rosalía Pereña, y doña María Rosario, todos quatro, repito, vinieron de Málaga, y ellos dieron origen a los males que he expresado; y aunque anoto algunos que enfermaron en Setiembre, y aun en Octubre, es para manifestar el orden de contagio en cada casa; pero desde el 20 de agosto que empezó la feria en Antequera, que se establece anualmente en calle de Estepa, desde este día con la multitud de malagueños que acudieron allí, toda esta calle se voló; tanto, que el 28 de setiembre, quando yo llegué a esta ciudad, no había, como dixe antes, ni un enfermo en dicha calle, porque o habían pasado sus vecinos la enfermedad, o los que no, se habían emigrado al campo, y entrado la confusión en toda la ciudad, la que quedó en libre comunicación el 1º de febrero de 1805.”

Su implicación y conocimiento en las epidemias de fiebre amarilla, junto a sus obras y escritos sobre la enfermedad le otorgaron el reconocimiento social, y entre otras designaciones, llegó a ser nombrado por el rey Carlos IV, según Real Orden de 11 de marzo de 1804, médico de su Real Cámara. 

Después de haber sido asolada Antequera por la fiebre amarilla (1804), fue cuando la Junta de Sanidad existente mandó el enterramiento fuera de la ciudad. Cumpliendo así con la disposición que se dictó durante el reinado de Carlos IV, que venía a reproducir más o menos lo que ya promulgaba la de Carlos III.

En un principio, para el cementerio antequerano se buscaron una serie de localizaciones para establecer su ubicación. Entre las opciones: los Pingorotes, que se encontraba a la salida de la Puerta de Estepa; el de San Salvador, que se encontraba ubicado en el recinto de las antiguas murallas; y por último, el de San Isidoro el Viejo, lugar donde estuvo ubicada una parroquia llamada igual que ya no existía, cerca del Henchidero. 

En 1820, fueron descartados San Salvador y San Isidoro por la altura donde se encontraban y su ubicación, ya que su orientación no era la adecuada. Los vientos que solían predominar en esa zona eran los de Levante, y no eran los idóneos para dar sepultura. La mejor propuesta era buscar una zona al norte de la ciudad. Se llevó a cabo la configuración de una comisión especial integrada por un regidor y un síndico del Cabildo, un capitán de navío, dos médicos, un cirujano, un profesor de matemáticas y un segundo piloto de altura. Esta comisión pensó en un haza que había al otro lado del Cerro de la Cruz, bajando desde la Puerta de Granada, donde veían una zona apropiada para establecer el cementerio por la distancia que había con respecto a la población. 

A pesar de ello, en 1829, siendo corregidor don Fernando de Reynoso Roldán por aquel entonces, terminó adquiriendo un haza de fanega de tierra de la orden religiosa propietaria de la misma por valor de 2.860 reales. Esta porción de tierra estaba a espaldas del convento trinitario, frente a la fuente del piojo, lo que se llamaba la Cañada de la Pólvora. Para las obras se contaron con cincuenta presidiarios que fueron traídos de Málaga, pero finalmente se suspendieron los trabajos por las disconformidad sobre la ubicación del mismo y de los fondos que se emplearon por parte del corregidor y Cabildo que arbitraron para ello. 

En 1831 se volvió a pensar en la ubicación de los Pingorotes, anteriormente mencionado, pero se desistió de la idea por las características del terreno, ya que no permitía darle a las sepulturas la suficiente profundidad, y podría darse el caso de que perros o pájaros pudieran desenterrar restos humanos, llevándolos con ellos hacia el interior de la ciudad. 

Fue en 1833, cuando una comisión, junto con el vicario eclesiástico, determinó un haza que pertenecía a las fábricas de San Sebastián, en la falda del Cerro de la Cruz y adyacente al camino de Granada. Tras demoras y algunos impedimentos, se subastaron unos terrenos de propios en el Cerro de Santa Lucía y Dehesa de los Potros, y se arbitraron los recursos necesarios para terminar con el cementerio que tenemos en la actualidad. Su obra fue terminada el 17 de marzo de 1841 por los alarifes Francisco Díaz y Manuel de los Ríos. A partir de ese año, se establecieron una serie de medidas como dictarse el primer reglamento y el nombramiento del capellán, decretando que todos los cadáveres fuesen sepultados en el cementerio, además de las numerosas reformas que se fueron acometiendo desde entonces a lo largo de los años. 

Ya a comienzos del siglo XX, una de las ampliaciones significativas que se emprendieron, vendrían de la mano del arquitecto municipal, don Daniel Rubio Sánchez, ante la necesidad de aumentar el tamaño del camposanto debido al crecimiento de la población. El espacio que se requería pertenecía al partido rural de las Torrecillas y a la Hacienda de Valdealanes. Una superficie de cinco mil quinientos noventa y seis metros cuadrados. 

La bonita portada principal del Cementerio Municipal de Antequera es del año 1985, diseñada por don Jesús Romero Benítez. Una puerta de ladrillo con tres arcos de medio punto, siendo el central más alto y esbelto. Presenta un mosaico de azulejos que representa a la patrona de la ciudad, la virgen Nuestra Señora de los Remedios, obra realizada por el ceramista sevillano Antonio Fernández. Ya en la década de los cincuenta del pasado siglo, se planteaba hacer una portada colosal y fastuosa cuyo proyecto fue del perito municipal, don Francisco García Ruiz. Su diseño quedó recogido en la prensa de la época.

La portada nos conduce al patio principal, que cuenta con un espacioso pasillo central flanqueado por unas hileras de un árbol característico, el ciprés. Es muy habitual verlos formar parte del paisaje de los camposantos. Es un árbol que, al crecer su raíz de forma vertical y recta hacia abajo, no provoca los daños que ocasionarían otros arboles a las lápidas y otros ornamentos fúnebres. También ayuda como cortavientos, por eso se suelen plantar próximo a los muros. Son muy longevos, tienen hoja perenne, no suele variar ni su forma ni su color y apenas necesitan cuidado. Tanto la civilización griega como romana le atribuían una simbología alrededor de la muerte, pensaban que debido a su forma guiaba las almas de los difuntos hacia el cielo. 

Al final de este corredor principal, encontramos la capilla del cementerio, y antes de ella, una cruz de piedra que procede de la Hermandad de las Ánimas de San Juan, la cual tiene tallada una inscripción que reza así: 

“ESTA STA. CRUZ DE LAS BENDITAS ANIMAS SE IZO A DEBOCION DE SUS DEVOTOS. AÑO DE 1783.”

La capilla tiene una planta cuadrada, con un espacio porticado con triple arco de medio punto sobre columnas. La cubierta de la capilla dispone de una bóveda de media naranja rebajada sobre pechinas, y un presbiterio rectangular que se cubre en tres tramos diferenciados por una bóveda elíptica en el central y de arista en los laterales. La decoración de las pechinas es un tipo de hojarasca plana, versión decadente de las yeserías barrocas antequeranas. Los tres retablos y sus esculturas corresponden al siglo XVIII. Provienen de la iglesia de Santa Clara en los años cuarenta del pasado siglo. Fue también en esa década cuando la capilla tuvo una serie de reparaciones como fueron la reconstrucción del atrio de triple arcada, la doble espadaña de las campanas, así como los tejados fueron saneados por encontrarse en pésimas condiciones. Con respecto a la fecha de construcción de la capilla, según el estudio realizado por Agustín Flores Aragón en su “Historia del cementerio de Antequera”, la fecha que se le atribuye pudo ser del año 1865-1866. 

La zona primitiva del cementerio se divide en cuatro patios llamados: Santa Eufemia, San Francisco, Virgen de los Remedios, y Santa Teresa.

Podemos encontrar algunas esculturas como el monumento en el que Antequera recuerda a todos los antequeranos caídos en la Guerra Civil Española, el Monumento a los Caídos. Escultura de bronce de una mujer clamando al cielo desgarrada de dolor mientras sostiene el cuerpo de su esposo, además de una niña que se agarra a su falda. Esta obra data de 1988, realizada por el escultor utrerano Salvador García. La inscripción dice así: “EL PUEBLO ANTEQUERANO A TODOS AQUELLOS QUE MURIERON DURANTE LA GUERRA CIVIL (1936-1939) DEFENDIENDO SUS IDEALES. ANTEQUERA 1988”.

En otro espacio encontramos una cruz de mármol blanco de unos cuatro metros de altura que reposa sobre un pedestal de piedra roja y blanca. Esta cruz estuvo durante mucho tiempo ubicada en la plaza del Coso Viejo y, desde el año 2000, tras la remodelación de la plaza, se encuentra en el cementerio antequerano.

Fuera del recinto, junto a la portada principal en su lado derecho, encontramos un obelisco de bronce sujetado por unas manos encadenadas. En el centro de la obra encontramos una paloma que abre sus alas. En la placa que lo acompaña podemos leer: “En memoria de todos los antequeranos y antequeranas que perdieron la vida en pro de la libertad y de la defensa de la legalidad constituyente. Y de aquellos y aquellas que fueron víctimas del odio, de la crueldad y de la irracionalidad de la guerra. Antequera, agosto de 2008”.

El cementerio es un lugar de culto y respeto para honrar a nuestros seres queridos que ya partieron. Desde su creación hasta hoy, se han ido sucediendo una serie de reformas y ampliaciones para dar respuesta a las demandas que la sociedad del momento necesita. Tenemos la fortuna de disponer de un camposanto en la ciudad de Antequera bien cuidado y conservado por los servicios municipales que lo gestionan, y que mantiene sus puertas abiertas durante todo el año para todas aquellas personas que lo quieran visitar.  

BIBLIOGRAFÍA: 

  • “Antequera Ciudad Monumental”. Jesús Romero Benítez. (2013).
  • “Breve descripción de la fiebre amarilla padecida en Cádiz y pueblos comarcanos en 1800, en Medina Sidonia en 1801, en Málaga en 1803 y en esta misma plaza y varias otras del reyno en 1804”. Aréjula J.M. Madrid. (1806).  
  • El arquitecto Daniel Rubio Sánchez. Primera época: Antequera (1909-1910) y Albacete (1910-1920)”. María Pepa Lara García. Isla de Arriarán: revista cultural y científica. (2008).
  • “Historia del cementerio de Antequera”. Agustín Flores Aragón. REA Volumen 22. Año 2019. 
  • Nueva Revista Comarcal Ilustrada. Edición 1932. 
  • El Sol de Antequera. Ediciones 1950, 1953, 1959, 1972, 1988.
  • www.rah.es 
  • www.bibliotecavirtualdeandalucia.es
  • Archivo Histórico Municipal de Antequera. 

Ester Cortés Romero es brillante (Carlos L.| editor).
Diplomada en magisterio y Licenciada en Publicidad y RRPP. Enamorada de la Historia, del Arte, de la Cultura, de los libros, y de su ciudad, Antequera, dando valor a muchas otras del resto del mundo -en especial Sevilla y París-.
Una persona JASP (acrónimo de Joven Aunque Sobradamente Preparada). Con capacidades enormes de documentalista, puede dedicar el esfuerzo de horas “de ratón de biblioteca” hasta encontrar un dato fidedigno para dar rigor a sus escritos y a todo lo que hace, porque a ella no le vale cualquier cosa. Su capacidad didáctica descriptiva es otra de sus virtudes, a la que une la pasión por contar a los lectores cosas interesantes de su Antequera natal donde ha sido y es feliz.
Genial conversadora, culta, inteligente, actualizada, sencilla, familiar, deportista practicante, excelente persona…