«AMICOCHE» | Por Mary Carmen Morillo Fillol

      «Amicoche»  | Mary Carmen Morillo Fillol              

Emilio estaba hecho un basilisco, se le había roto el coche en el peor momento y para colmo no se lo podían arreglar hasta la próxima semana y a él le hacía falta para este jueves.


Intentó sacar billetes en el AVE desde Córdoba a Valladolid, pero tenía que hacer trasbordo en Madrid y no le apetecía la idea. Llamó a su hermano, pero no le podía dejar el coche. Se conectó a internet para ver anuncios y leer comentarios de los conductores que viajaban el día que le interesaba. El usuario que más le llamó la atención fue uno que se hacía llamar Amicoche y que, además, le ofrecía también la posibilidad de hacer el viaje de vuelta en tres días después, por lo que reservó enseguida. Le había parecido el más interesante dado los comentarios que le dejaban otros pasajeros que ya habían viajado con ella. En menos de cinco minutos, ya había realizado todo el proceso de reserva y había cerrado con la conductora la hora de salida: sería a las 8:00 de la mañana en la gasolinera a la salida de Córdoba.

Llegado el día, el hermano le acercó al punto de encuentro donde había quedado. El lugar estaba repleto de personas que también viajaban, en coche compartido, por lo que había un barullo considerable de automóviles aparcados, mientras los distintos pasajeros intentaban identificar a sus conductores entre el gentío.

Emilio tuvo suerte y no tardó mucho en encontrar a la suya. Era la única mujer. Se presentaron y se subieron a su Opel Moka rojo. Aún se estaban abrochando el cinturón cuando una chica adormilada le tocó en el cristal y se montó detrás.

Dentro del vehículo, Emilio reflexionaba sobre la nueva experiencia del viaje: más de seis horas junto a dos completas desconocidas, Alicia, la conductora, y Silvia. Los primeros minutos siempre son los más nerviosos e incómodos en este tipo de viajes. Es cuando observas y eres observado, escuchas y eres escuchado, analizas y eres analizado, tanto en movimientos como en palabras. En esos primeros instantes creas una etiqueta para cada persona que, seguro, cambiará al finalizar el viaje. En estas cavilaciones estaba Emilio cuando Silvia les comentó que llevaba dos días sin apenas dormir y que aprovecharía el viaje para hacerlo.

En la primera hora del trayecto, Alicia y él mantuvieron un dialogo sobre trabajo, aficiones… mientras Silvia dormitaba en el asiento de detrás. También reflexionaba que no solo el factor económico era el responsable de viajar con desconocidos y diferentes a él en edad, procedencia, creencias … pensaba aquí estamos hablando de nuestros viajes, nuestros miedos y alegrías con una perfecta extraña. Así supo que a Alicia le apasionaba conducir, lo llevaba en la sangre. Su padre, camionero; su hermano, taxista; y su madre cogía el coche para ir a cualquier sitio por cerca que estuviese. A cambio, ella se enteró de la avería del coche y que la premura del viaje era una reunión anual con los antiguos compañeros del Erasmus con los que se reunía, por turnos, cada vez en la ciudad de uno de ellos.

En mitad del recorrido, hicieron una parada para estirar las piernas e ir al servicio. Cuando retomaron el camino, Silvia de nuevo cerró los ojos, y Emilio y Alicia retomaron la conversación. Él empezaba a intuir las respuestas de la conductora, y se asombraba de que, en tan poco tiempo, dos personas totalmente desconocidas hubieran podido conocerse hasta ese punto. Sin duda, los dos habían sido sinceros. La última hora fue la más cansada, y eso que Alicia era un fenómeno en la carretera. Mientras la observaba, recapacitaba sobre el viaje: era cómodo, económico y, quién sabe, si además puedes llegar a conocer así a tu alma gemela.

Le había gustado bastante, y, sin duda, sería un tema ameno para contarlo a los del Erasmus entre cerveza y cerveza. Pero por primera vez, desde que habían comenzado estos reencuentros de antiguos amigos, en vez de esas cervezas, de lo que tenía de lo que sentía verdaderas ganas era de coger ya el Amicoche de vuelta.

                                                                                                     MARY CARMEN MORILLO FILLOL

                                                                                                          

María del Carmen Morillo Fillol, nació en Campillos. Desde hace 41 años vive en Antequera. Estudió en el instituto de su pueblo y en la Escuela Universitaria María Inmaculada de esta ciudad. Está casada y tiene dos hijas y dos nietas maravillosas (las cuatro).
Maestra jubilada.
Desde pequeña, su madre, le inculcó el gusto por la lectura y la escritura. Pertenece al club de lectura de la biblioteca de San Zoilo y al Taller Antequerano de Escritura Creativa. Ha publicado en Las 4 esquinas y participado en 2 libros de relatos del Taller. Es voluntaria de la AECC.