‘Carta de Amor desde el vacío’ y ‘La otra orilla’

María Córdoba escribió esta Carta de Amor desde el vacío’ en el rol de un personaje que podréis captar en su escrito. Rosa Arjona le contestó asumiendo otro rol en La otra orilla’ complementando su mirada y devolviendo el mismo amor. Si de por sí, ya es algo original, están además escritos con arte así que los disfrutarás mucho.

Ambas, María y Rosa pertenecen al Taller Antequerano de Escritura Creativa.

CARTA DE AMOR DESDE EL VACÍO |

Hoy voy a escribir la que posiblemente sea mi última carta de amor. El último testimonio de sensaciones y sensibilidad. Esta enfermedad me ha dejado sin recuerdos, sin pasado, sin
presente. Sin embargo, hoy me ha dado una tregua. Me ha permitido emerger de esta ambigüedad en la que se ha convertido mi vida. Mis ojos deambulan, tratando de situarme en
este espacio que es mi casa. Avanzo por un pasillo largo, sin luz. Dudo dónde tengo que ir.
Estoy intentando buscar algo. Todo se olvida en esta enfermedad. Pero ahora, por la causa que sea, se me está permitiendo volver a valorarlo todo. No puedo perder tiempo. Cojo un papel e
intento empezar a escribir. Mis manos tiemblan, garabateo unas letras ambiguas. Esta hoja en blanco es un reto. Pero lo tengo que intentar. Tengo que expresarte lo que siento en este
momento. Como ráfagas van apareciendo retazos de mi vida. Mi mente puede acariciar lo que he vivido. Y con gran incertidumbre comienzo esta carta añorando todo lo que hemos
compartido.
Puede que sea la última vez que pueda recordarte, que pueda tener la triste nostalgia de nuestro pasado. Siento que te aproximas y me miras preocupado. Te hago una señal con la mano. Me miras sorprendido, con ternura, pero con incertidumbre. Te noto cansado, sin energía. Hago una
mueca de sonrisa y te digo que me siento desbordada en este espacio que conozco, pero que posiblemente dentro de pocos momentos será para mí un abismo. Y que quizás ya no pueda reconocerte, aunque siempre tendré impresa en mi boca la palabra te quiero.
¿Recuerdas cuántos momentos hemos compartido? Dulces y amargos, sin embargo, tiernos y nostálgicos. Se nos han ido muchos años, quizás demasiados. Nuestro tiempo se nos ha
escapado como arena entre los dedos.
Cuánto daría yo por volver a atrapar mis silencios anhelantes de ternura, mientras que la vida se deslizaba lentamente, siempre proyectada hacía ti. No sé si hemos conseguido metas. Pero amor sí, mucho. Con risas, con llanto, con proyectos, fracasos…Y de nuevo empezar. Siempre los dos.
Quizás no exista el tiempo, pues no está lejos cuando dos anillos se cruzaron en dos corazones
jóvenes que temerosos y asustados comenzamos a andar por el mismo camino mano con mano, cuerpo con cuerpo, corazón con corazón. Quizás, por sencilla, el balance de nuestra vida ha sido maravilloso. Hasta que mi mente desapareció. Porque todo lo que nos rodeaba era hermoso: nuestros hijos, las rosas amarillas que me ofrecías, los dos arcos iris que se cruzaban después de una tormenta. Y al final de eso siempre estábamos tú y yo.
En esta vejez precipitada y falta de esperanza en la que me he visto condenada, mis recuerdos se han hundido, aunque hoy soy consciente que te he querido y te quiero con locura. Cuando acariciaba tu cara me sumergía en el azul de tus ojos. Pero ahora, el no conocerte, el no añorarte,
el no quererte, es lo más duro de esta enfermedad que destruye el alma con su vacío. Ahora trato desesperadamente de agarrarme a mis recuerdos, a tu persona, a nuestra vida. Pero hay algo más fuerte que las emociones, que los sentimientos. Algo que me arrastra y me lleva al letargo del olvido. Mientras esto ocurre, te abrazo sin tenerte, me embriago con tu aroma que no percibo y mis manos temblorosas buscan las tuyas.
¿Recuerdas nuestra juventud en esas noches tibias de verano, donde unas adormecidas palmeras eran espectadoras de estas noches de verbena? Te vi cuando atravesabas la puerta del recinto.
Eras alto, guapo, arrogante, tu juventud destilaba seguridad. Yo te miraba inquieta, insegura, apoyando mis manos un poco temblorosas sobre mi vestido blanco. Me tendiste la mano para bailar y abrazada a ti me impregné de tu aroma cálido. El dulzor de tus besos me atrapó para siempre.
Hoy nuestra perra me ha acariciado lamiéndome la mano. Espero que te acompañe en las noches de soledad. Recuerdo tu desolación el día que me diagnosticaron. No aceptabas que mi alegría y mis ganas de vivir desaparecieran.
La vida nos había recompensado con muchas alegrías. Parecía que la había diseñado un ángel.
Todo era casi perfecto. Y sin embargo, aquí comenzó mi declive. Comencé a olvidar cosas esenciales. Me iba deteriorando a gran velocidad. Te pedí alejarme, internarme en un centro,
para evitaros a ti y a nuestros hijos una experiencia tan cruel. Tu respuesta fue: «Seré tu compañero hasta el final. Dormirás pegada a mi cuerpo, te acariciaré aunque no me correspondas, te hablaré de nuestra vida aunque no me comprendas. Solo renunciaré a tu persona cuando tu cuerpo físico deje de existir. Mientras, yo seré la mente de los dos».
Temo que este regalo momentáneo de lucidez, dentro de pocos minutos me abandone y vuelva al abismo del vacío. Puede que la eternidad sea un sitio para reencontrarnos. Y volver a unir
nuestras manos, nuestros cuerpos, nuestros corazones. Pero recuerda, que mis labios siempre estarán pronunciando la palabra te quiero.
Si alguien en el futuro lee esto, comprenderá la suerte infinita que tuve en la vida. Por tener un
compañero con tu carisma, nobleza, entrega y dedicación. Y pensarán que, efectivamente, mi vida la había diseñado un ángel.

Autora | María Córdoba Gil

María Córdoba Gil
Estudió Técnico especialista de biblioteconomia y archivista. Ha sido librera 24 años.
Ha colaborado en el inventario del archivo municipal de Archidona. Participó en la novela multiautor El crimen de Archidona, en el libro: Anécdotas de estudiantes en Archidona de la biblioteca electrónica de Archinoticias.
Con el Taller de escritura creativa ha colaborado en Primer libro de relatos y en Escritos del atardecer»
Le encanta escribir, el teatro, pasar tiempo con la buena gente…Todo lo que genere positividad. Forma parte del Taller de Escritura Creativa de Antequera.

LA OTRA ORILLA |

¡Qué caprichosa es la vida! Creemos en nuestra osadía y optimismo ser dueños de nuestro destino. Lo planeamos con gran minuciosidad y precisión y cuando más seguros estamos
de haberlo conseguido, zas, una bofetada cósmica con nombre extranjero te lo pone todo patas arriba.
Todo se va al garete y terminas no conociéndote ni a ti mismo o convirtiéndote en el cuidador de alguien a quien amas y no te recuerda… No importa en la orilla en que te
encuentres, las dos son tristes, frías y dolorosas. Apenas hace un año, andábamos de la mano, peleábamos hombro con hombro por seguir manteniendo y mimando aquel amor que surgió como un milagro una tarde de verano. 50 años dedicados en cuerpo y alma a esta tarea. Años de turrón, como a ti te gustaba llamarlos. Duros como el Jijona o tiernos como el
guirlache, pero siempre dulces. Te gustaba, qué triste hablar en pasado cuando aún vivimos un presente.
Fue en una verbena veraniega donde nos vimos por primera vez. Tu vestido blanco resaltaba el dorado de tu piel, algo mágico sentí al verte. Fue un encuentro casual, la más bonita casualidad de mi vida, una velada maravillosa que comenzó bailando y la
terminamos bajo la luz de la luna en la playa, cantando todos al compás de la guitarra que Curro tocaba… Una noche inolvidable.
Poco tardamos en dejar de ser tú y yo para convertirnos en nosotros, comenzamos mirándonos a los ojos, mas no tardamos en mirar juntos en la misma dirección. Un horizonte luminoso e ilusionante, lleno de proyectos e ilusiones, ganas y sobre todo de Amor. Sí, con una mayúscula bien grande.
Parece que te estoy viendo el día que nació nuestro primer hijo, eras la imagen de la felicidad plena, el orgullo, la ilusión… imposible describirte, en estos momentos me faltan palabras y me sobra dolor.
En nuestro caminar hemos tenido de todo: rosas, espinas, luces, sombras, altos y bajos.
Pero los dos siempre juntos supimos vencer los malos momentos y sacarle el mayor jugo a los buenos.
Pero, cuando el pero llega, malo, malo. Y el nuestro llegó taimada, cruel y silenciosamente.
Los ligeros olvidos iniciales los confundimos con tus característicos despistes de siempre, de los que tanto nos reímos juntos. Pero no era eso, era el principio de nuestra separación,
el principio de nuestro viaje, tú a la orilla del olvido y yo a la del recuerdo…
No se cual es peor, la tuya desde la que me miras como a un extraño, sin recordar nada o la mía llena de recuerdos e impotencia. Hay veces que daría cualquier cosa por estar en la
tuya, de verdad no me importaría, es muy duro verte desde la mía: perdida, ausente, vacilante y miedosa. Solo me consuela un poco el pequeño brillo que a veces, cada vez más de tarde en tarde aparece en tus ojos, me miras como si me reconocieras y muy bajito
y como con miedo de no acertar, susurras mi nombre.
Solo me sostienen esos momentos, cuando pasan vuelve la rabia, la impotencia, la desesperación y sobre todo la eterna pregunta: ¿Señor, por qué ella y no yo? Entonces
recuerdo lo que dijo hace años una madre que había perdido tres hijas en un accidente: «A Dios hay que pedirle de todo menos explicaciones». Así que, puesto a pedir le pido fuerzas y salud para ser yo el último que abandone la orilla, para poder cuidarte, mimarte y darte mi amor mientras lo necesites, igual que siempre.

Autora | Rosa Arjona.


Rosa Arjona Nació en Priego de Córdoba. Vivió su niñez y juventud en Granada, donde cursó estudios de Peritaje Mercantil.
Desde 1969 vive en Antequera, donde primero ejerció como madre y ama de casa y más tarde en su Hospital, como auxiliar administrativo hasta su jubilación.
Ha colaborado con relatos, en dos libros publicados por el Taller de Escritura Creativa, al que pertenece.
Sus dos grandes hobbies son leer y escribir: «el primero por aprender y soñar y el segundo por el mero hecho de compartir ideas y vivencias».