CONIQUE, UNA VIDA ENTRE ENCINAS | Relato de un lugar y un sentimiento, por Ana Muñoz Aguilera
Hay lugares donde encuentras una armonía especial de paz, serenidad y evasión, que tanto necesitamos en esta vida que llevamos, de no parar …
Para mí, ese lugar es Conique.
Como me crié en el campo, entre trigales y olivares, donde viví hasta los catorce años, llegar a este paraíso archidonés es volver a mis raíces, a los recuerdos de mi infancia.
Pero en este relato no quiero hablar de mí. Esto va de Conique y de las maravillosas personas que encuentras allí.
Cada visita a esta finca, en un entorno natural privilegiado, resulta una renovada experiencia reconfortante. El mismo lugar, las mismas personas me reciben. Tan encantadores anfitriones… Sin embargo, siempre es diferente, y me traigo nuevas sensaciones que me llenan de felicidad y sosiego.
Así, a mediados de julio del año pasado, un viernes por la tarde, me puse en camino con la ilusión de llegar lo antes posible. Nada más pasar la Fuente del Fresno, el cortijo -asomado desde lo alto de la colina, rodeado de encinas centenarias, blanco como una paloma que pareciera a punto de echar a volar- me da la bienvenida. Paz y alegría me inundan el corazón a borbotones.
Allí, María y Francisco, dos personas entusiastas, sencillas y generosas a más no poder, con una mirada cómplice de sincera acogida, antes de siquiera mencionarlo me confirman lo certero de mis sensaciones: una vez más, estoy en mi casa. Soy una más de la familia.
Ellos te lo dan todo sin reservas, porque sí… ¡porque son así!. Disfrutan haciendo felices a los demás, abriéndote sus puertas y sus corazones. Con eso se nace o no se nace, y ellos nacieron así: generosos, hospitalarios y buenas personas. Y como, además, no dejan de entrenar esos valores de empatía y acogida, su ejemplo cala hondo entre sus afortunados amigos y conocidos.
Tengo un problema: cuando duermo fuera de mi casa, me cuesta lo más grande conciliar el sueño. Sin embargo, en Conique duermo como un bebé.
Esa tarde, como es costumbre, con su eterna sonrisa, llega Manolo, el señor que cultiva el huerto. Conoce palmo a palmo todos los terrenos de la finca. Si le vendaran los ojos, sería capaz de recorrérsela entera sin errar un paso. Nos enseña el huerto como el tesoro más preciado: un vergel lleno de vida teñido del color de la esperanza. En su compañía se para el tiempo, mientras comenta, con esa pasión serena y honda propia de las personas del campo, detalles del desarrollo de cada planta; cuyo proceso vital, desde la siembra, el trasplante, el tutorado, los riegos… él va tejiendo con el sabio mimo de sus amorosas manos de hortelano.
Al día siguiente fue el encuentro entre compañeros del grupo de la Escuela de Teatro y del Taller de Escritura Creativa. Todos y cada uno, entrañables personas, disfrutamos de una dichosa jornada unidos por un mismo sentimiento de gozosa amistad. María, como es ella, preparó comida para un regimiento y Francisco colmó varias neveras de bebida. Allí no faltaba de nada, además de lo que aportamos los invitados.
A los postres, nos volvieron a sorprender nuestros queridos Juan y Pilar, otras dos personas para las que no tengo palabras: cariñosas, cercanas y todo corazón. Cuando te dan un abrazo, sientes que formas parte de ellos y te transportas a otra dimensión.
Inesperadamente, volvieron a repetir el detalle del verano anterior. El trabajo que tuvieron los días previos a la convivencia, no quiero ni pensarlo. Prepararon un pergamino para cada uno de nosotros, tanto del Taller Literario como del Teatro, con sendas misivas preciosas, dedicadas con mucho cariño y ese buen hacer que solo ellos saben, poniendo el corazón en ello, porque son todo amor. Yo salí llorando, emocionada (¡cómo no!), cuando me tocó. Me llegó a lo más hondo del alma lo que me escribieron.
También nos entregaron un trofeo. El acto se convirtió en nuestra particular gala de los Óscar: a lo que ellos llamaron Premios Conique de las Letras y el Teatro.
Luego, un rato de piscina y tertulia. Y el disfrute de los ingeniosos e imaginativos juegos de mesa de la mano de nuestro querido profe Paula. Ese inmenso repertorio lúdico e inteligente con el que anima nuestras reuniones para que nos lo pasemos en grande, además de ilustrarnos.
Después, una majestuosa luna llena subió tras las montañas para sumarse a nuestro fin de fiesta hasta la madrugada: una cena preparada por nuestra querida María, cuyo plato estrella era un manjar de reyes: huevos de gallinas coniqueñas fritos… ¡Si hubiera sido por nuestros anfitriones, allí estaríamos todavía!
Una vez más, una experiencia inolvidable.
Podría escribir sobre Conique hasta quedarme sin papel. De los paseos entre las encinas y los bancales del huerto, de todo lo que experimento cuando piso su tierra, del silencio, la palabra…, su luz.
Ana Muñoz

Nací en Archidona. Mi primera niñez la pase en un cortijo cercano al pueblo.
Cuando tenia 12 años mis padres decidieron venir a vivir a Antequera y nada más llegar me enamoré de esta bonita ciudad, pero mi amor siempre ha estado compartido entre mis dos pueblos, y así ha de seguir.
Trabajo como agente comercial autónomo.
Siempre he sentido una inquietud por la escritura y hace unos meses tuve la suerte de entrar a formar parte del Taller Antequerano de Escritura Creativa. No puedo estar mas contenta con ello.
También soy miembro de la Asociación Antequera Teatro y alumna de la Escuela Municipal de Teatro.
Disfruto mucho con estas dos aficiones artísticas y me siento feliz aprendiendo cada día un poquito más.
Ana Muñoz Aguilera