La fotografía de portada es ilustrativa, no está relacionada directamente con el relato
Corría el mes de abril, la vieja abadía se alzaba sobre un monte repleto de abedules, eucaliptos, arbustos, jaras y castañales.
Ya empezaba un nuevo día y se le sumaba el repicoteo del campanario en llamada a los “maitines”.
La abadesa superiora era ya muy mayor y solo ejercía para asuntos de pura jerarquía, la máxima responsabilidad en la gobernación del priorato había recaído en la madre Sor Ángela.
Experimentada, desempeñaba varias labores en el convento, aparte de tener un gran saber en cuestiones de plantas medicinales y remedios caseros para la congregación.
Así que, en esa mañana, mientras las demás hermanas asistían a los “laudes”, ella estaría ausente de este rezo y saldría con las primeras albas del día a recolectar sus hierbas y esencias al bosque.
El viejo asno, fiel compañero y sabedor del camino, ayudaba portando en los serones de esparto, los tarros para almacenar la savia del abedul. Este jarabe se extraía a finales del invierno, antes de que aparecieran las hojas, era un potente analgésico y antiséptico. También manzanillas, sábila, aloe vera, valeriana, y demás.
No era un camino fácil, había subidas escalonadas, senderos escabrosos, cruzar algún que otro manantial de agua y terrenos abruptos hasta donde poder alcanzar donde se encontraban las grandes laderas húmedas de abedules y especies de plantas, remedios antimicrobianos y diuréticos.
Tras una jornada de buscar y rebuscar cuantas plantas eran necesarias, la caminata había resultado muy productiva. Seguramente daría para una larga temporada.
Repleta de género, volvía al atardecer al monasterio, a su llegada las otras hermanas ayudaban en la descarga, liberando del peso al pobre animal y depositando la mercancía sobre el pequeño laboratorio de la alquimia.
Las religiosas deseosas de saber de la aventura de sor Ángela, tendrán que esperar al día siguiente para poder escucharla, por su cansancio acumulado y por sugerencia de la madre superiora.
Tras pasar por el refectorio, un caldo de ave, trozo de pan y una tocineta la reconfortó de la dura jornada.
Tocaba descansar y ya cada una a su celda.
El pequeño habitáculo poseía un catre donde reposaba un colchón relleno de paja, lana y hojas que eran nido de ácaros, pulgas, chinches, por lo que había que ventilarlos y airearlos periódicamente.
Una mesita de oración con un pequeño crucifijo, una palangana, una silla y un viejo ropero completaban el cuarto.
Con mucho sigilo Sor Ángela saco de un doble forro de su habito una pequeña bolsita atada, dentro todo lo que necesitaba, plantas escogidas, que, en las proporciones y medidas justas, servirían para producir su “panacea” su elixir de eterna juventud.
Vanidosa y ególatra, en realidad nadie del priorato entendía por qué Sor Angela nunca envejecía, ni tan siquiera, cuanto tiempo llevaba en el convento, décadas y décadas de verla allí, y contaban las más mayores bromeando, que habría tratado un pacto con el diablo.
Después de desnudarse del habito y la toca, se aseó un poco y se enfundó en un ligero camisón de lino.
Esperó un tiempo a notar silencio en toda la congregación y en ese momento con mucho cuidado retiró la pequeña mesa oratoria, ayudada de un fino punzón levantó unas lamas del suelo de madera.
Dentro, en un socavón había escondido un cofre mediano…respiró profundo…lo abrió…pero antes de depositar en su bolsita, sacó con tiento en sus dedos un paquete envuelto en papel de seda. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Un vestido largo blanco de encaje y bordados de perlas, acompañaban a un fino velo de tul…
Inma Puche
INMA PUCHE MANZANO
Antequerana y de profesión comerciante, estuvo 40 años detrás de los mostradores de un pequeño negocio familiar textil muy querido en la ciudad.
Madre de dos hijos maravillosos.
A día de hoy, dispone de tiempo para disfrutar de sus pasiones: estar con la familia, con amigos, viajar, la pintura, las manualidades, restauración y últimamente la escritura.
Desde el mes de marzo pertenece al Taller Antequerano de Escritura Creativa, donde junto a sus compañeros y a su profesor, desarrollan este arte y sobre todo los relatos breves. Se sorprende de cómo, con tan pocas palabras, se puede narrar una historia. Y se hace eco de los momentos donde es leído, escuchado y ese ambiente que se crea alrededor de la lectura.
Es autora de ‘Biografías del Alma’.*
Le encanta aprender de los trabajos de investigación, que a veces tiene que llevar a cabo para “retratar” a un personaje, en terrenos que no conoce, o en ciudades lejanas, sus formas de vida y costumbres. Trasladar al papel descripciones, que te hacen adentrarte de lleno en la figura reseñada, penetrar en la piel del protagonista o protagonistas y vivir con igual emoción como ella pone en todo lo que hace.
Agradecida, disfruta del momento presente y de todo lo bueno que tiene la vida.
*atqmagazine ha pedido a Inma su colaboración con nuestra revista para ir contando esas ‘Biografías desde el alma’ con las que suele describir a distintas personas de otras ciudades y de la sociedad antequerana, que iremos publicando en nuestro digital en una sección específica.
Y le hemos pedido que, ya que hoy exponemos un escrito suyo, podríamos empezar con ella misma, que nos cuente cómo es.
Nos ha encantado esta biografía con alma sobre sí misma. Aquí la tienes. Pon auriculares y sube volumen: