Bien está, lo que bien acaba | Por Juan Manuel Ruiz Cobos

Les contaba en mi anterior aparición en ATQmagazine, algo muy relacionado con las celebraciones cofrades que estaban por llegar. Así este año, agraciados de forma celestial y haciendo bueno aquello de que «nunca llueve a gusto de todos», las suspensiones dieron lugar al desánimo y tristeza de quienes, durante un intenso periodo, preparan su estación de penitencia con esmero y devoción. Las palmas y ramos del domingo de pasión no pudieron ser enarboladas debido a las añoradas lluvias que, por otro lado, nos alivia y enriquecen, regalándonos multitud de secuencias sensoriales.

Adentrados ya en el mes de la flor en el ecosistema urbano, junto a la gracia visual, otro argumento sensorial vamos a encontrar unido en nuestros paseos antequeranos por calles vegetadas y zonas verdes. Así, hasta bien entrado el estío, podíamos disfrutar de una larga primavera aromática que, por mor a este anómalo viraje climático, nos viene despistando con procesos cada vez más adelantados e inconclusos.

Las primeras rosas, calas, wisterias y alhelíes entre otros, ya asomaron. Están por llegar celindos, lilas, tilos, cinamomos, magnolias, …  todo un clamor sensorio que tampoco vendrá a contentar a todos, por llevar asimilado en su desenlace, las molestas alergias primaverales. Y es que, aunque individualmente ellas no sean directamente responsables, socialmente la floración primaveral, suele entrar en la canasta de lo molesto y perjudicial sin apenas discriminación. Lo que sí está claro y parece que en este caso sí nos ponemos de acuerdo, es en el agrado que nos supone el olor a lluvia o tierra mojada.  

Con la primeriza precipitación, el olor a tierra mojada, la belleza de los colores y el reflejo del agua es maravilloso allá donde acontezca. Y con esta escenografía, el olfato humano, sin ser uno de los más perceptivos del reino animal, nos marca mucho en nuestro comportamiento, pues nos evoca recuerdos y sentimientos. Es por él, por lo que la generación de la geosmina nos atrapa. La causante es una molécula con denominación griega, que significa aroma (smina) a tierra (geo). Producida por bacterias del género Streptomyces junto con otras cianobacterias y distintos hongos que viven en el suelo y que se activan cuando la lluvia humedece la tierra. ¡Y sí, sí!  no me alejo un ápice de los organismos vivos. Las bacterias tanto las perjudiciales como las benefactoras, juegan un importantísimo papel en los ecosistemas contribuyendo de diferentes formas a la vida en la tierra. En el caso que le expongo hoy, hablamos de una bacteria inocua tan importante como la flor por su contribución a la biodiversidad del planeta. Con las precipitaciones, sus esporas se propagan y permanecen suspendidas en el ambiente, dando lugar a ese penetrante y embriagante olor a tierra mojada tan característico tras meses sin precipitaciones.

La comparecencia de la geosmina tras las precipitaciones no es la única, pues también es la sustancia que da a los vinos y la remolacha su característico aroma a tierra. Como curiosidad, se cree que esta molécula está implicada en la supervivencia de los camellos en la aridez de los desiertos, ya que, al percibir estos su olor, pueden tener la certeza de que podrán encontrar agua en un lugar cercano. Asimismo, en su inocuidad, el grupo de bacterias que la gestan son un auténtico filón farmacológico para la obtención de agentes antibacterianos, antifúngicos e incluso como bases de algunos agentes antitumorales o inmunosupresores.


La geosmina y el petricor (del griego pétros = ‘piedra’ e icor = ‘mineral presente en la sangre de los dioses’ según la mitología griega), mantienen una estrecha relación, en la que cada uno mantiene su fuerza aún con el vínculo de la tierra y la lluvia, y el aroma que se forja. En la primera, como ya he mencionado, las bacterias y hongos juegan una importante misión, mientras que los aceites liberados por las plantas y su depósito en el terreno seco son el casual del petricor con las primeras lluvias. Estos aceites liberados al aire lo hacen ya como moléculas de geosmina.

Legajos antiquísimos de antropología recogen como las sociedades han ido legando “el gusto por el olor a tierra mojada”, simplemente porque en la prehistoria ese olor fue sinónimo de bienestar, vida y supervivencia, anunciando el final de una perniciosa etapa de sequía. Es por ello, que el olor a lluvia o tierra mojada es uno de los olores más agradables y evocadores que nos ofrece la naturaleza, muy a pesar de que no siempre precipite a gusto de todos.

Bien está, lo que bien acaba.


Juan Manuel Ruiz Cobos es un experto en Jardinería con más de 30 años de experiencia en el diseño, creación y mantenimiento de espacios verdes urbanos. Director técnico de Jardines de Icaria y presidente de la Asociación Multisectorial de la Jardinería Andaluza. Ávido de conocimientos y actualización de técnicas tiene una extraordinaria formación en Infraestructuras Verdes Urbanas. Apasionado de la lectura y de Antequera, de su historia y de su desarrollo como ciudad, de sus costumbres y de su patrimonio cultural, artístico, paisajístico y gastronómico. Gran conocedor, amante y defensor de su pueblo, al que lleva siempre donde quiera que vaya. |
Foto: El Correo de Andalucía