El algarrobo, el árbol ejemplificado | Por Juan Manuel Ruiz Cobos

Abigarrado a la protección que le brinda el blanco muro, nuestro humilde árbol crece vital en un espacio que es el secreto que ha encontrado para su infinitud en Antequera. Y, no siendo el único que nos hace vecindad, este ejemplar de algarrobo (Ceratonia siliqua) es, sin lugar a duda, el de porte y presencia más importante de los que conozco en nuestro medio urbano.
Espero que sean muchas las generaciones que lo disfruten dada su gran longevidad.

Estos trioicos y perennifolios árboles, han sido unos compañeros con los que en España y toda la cuenca mediterránea, hemos mantenido una gran simbiosis. Así, entre otras, en épocas de hambruna como la acaecida tras la guerra civil, en Andalucía especialmente este árbol fue una destacada alacena natural, del que sus frutos llegaron incluso en alguna región española a incluirse en la cartilla de racionamiento del momento. A sus preciadas virtudes nutritivas, a las que volveremos, hemos de sumar en la actualidad unos usos farmacológicos importantísimos, como en la industria y artesanía española, donde el cultivo de la garrofa ha dejado atrás su infravalorada consideración, llegando a elevar exponencialmente su cultivo.

En nuestro ejemplar de hoy, como decía y sin lugar a duda, su lugar de acogida y el abrigo que este le ofrece es el que le ha granjeado su dulce estancia antequerana, dada la escasa resistencia que manifiesta el género al frío.  Orientado al oeste, con unas protecciones indirectas constructivas y la reflectancia solar que le infiere el cerramiento del coso taurino, logra superar la crudeza invernal que tanto le afecta. Este árbol, con su extraordinaria vitalidad, hace una importante aportación a la biodiversidad arbórea antequerana. Un ejemplar llamado a tener presencia allí donde los condicionantes lo permitan por sus cuantiosos beneficios ecosistémicos, siendo además un árbol poco exigente y muy agradecido.


Con esta infinidad de cualidades, no es de extrañar que su semblanza desde la antigüedad venga siendo reflejada en constancia hasta nuestros días, hasta donde llega con un áurea gastronómica que lo ha convertido en un producto gourmet. Con el blog gastronómico de Javier Rada, llegué al “El robo del algarrobo: de comida de caballos a ‘oro de secano”. Una síntesis de la realidad que por los tiempos recorrió este humilde y antiquísimo ser vivo verde. “Y es curioso que los ladrones busquen hoy las algarrobas o garrofas, los achocolatados, duros y estirados frutos; es raro que estas vainas se hayan convertido en el nuevo percebe; que los periódicos titulen como en las películas de ciencia ficción: ‘Depredadores de algarrobas’. O como con la cocaína de Escobar: «La Guardia Civil ha incautado más de 110 toneladas de algarrobas…» Una elocuente y simpática semblanza, que nos lleva a hasta nuestro simpar vecino y sus congéneres.


Estos árboles perennes silvestres, de sinuosa estructura y dulces frutos que, por la intermediación de los agricultores y su empírica selección en España, se ha enriquecido el catálogo de especies de forma muy valiosa, con una adaptación cada vez más afinada a las condiciones biogeográficas.  Y por si le faltara alguna virtud, con este gran bagaje, la literatura los observa incluso como “mnemotopo” (un concepto bello, algo así como memoria cultural o de lugar, una planta en la que confluyen las tradiciones, la historia, y el vínculo emocional de las generaciones).  

El algarrobo es Dios: el jamás llora;
el algarrobo es diablo: nunca reza;
no necesita nada en su grandeza;
nada pide jamás, ni nada implora.

Distintas sociedades a nivel mitológico lo han considerado y venerado desde antaño como un ser extraordinario. Al sabio y sagrado ejemplar del mediterráneo, le secunda otro en Latinoamérica que, como algarrobo (Prosopis spp), adquiere para los andinos una reputada e imaginaria consideración por la que se le establece como árbol de la vida y del conocimiento, ser divino y diabólico. Ambos ejemplares guardan un parentesco botánico más lejano que el que les vincula a nivel cultural e histórico.

Aun en la discusión por su origen, está claro que este es uno de los árboles más característicos del Mediterráneo en la época preglaciar. Insignes espacios públicos, como el Paseo de los Justos en Jerusalén u otros enclavados en Andalucía, integran ejemplares de algarrobo que se perciben como hitos simbólicos vinculados a la memoria. Su actualidad desde hace unos años, la dispone el fruto. La vaina y la semilla que aloja han tenido una demanda importantísima. La cáscara molida ha encontrado gastronómicamente un importante filón dentro del espacio repostero, donde se ha llegado a proponer su harina como base para recetas gourmet muy valoradas. El garrofín o goma de algarrobo, obtenido de la molienda de las semillas, es un espesante y estabilizante de origen natural muy utilizado en el sector agroalimentario.         

El algarrobo es nobleza, afectividad… Y siempre nos quedará París.


Juan Manuel Ruiz Cobos es un experto en Jardinería con más de 30 años de experiencia en el diseño, creación y mantenimiento de espacios verdes urbanos. Director técnico de Jardines de Icaria y presidente de la Asociación Multisectorial de la Jardinería Andaluza. Ávido de conocimientos y actualización de técnicas tiene una extraordinaria formación en Infraestructuras Verdes Urbanas. Apasionado de la lectura y de Antequera, de su historia y de su desarrollo como ciudad, de sus costumbres y de su patrimonio cultural, artístico, paisajístico y gastronómico. Gran conocedor, amante y defensor de su pueblo, al que lleva siempre donde quiera que vaya. |
Foto: El Correo de Andalucía