«Un foráneo en el paraíso» | ChLL para atqmagazine
Fotos prestadas por Pablo, auxiliar de información del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera
Ayer 10 de julio la virtuosa de la guitarra clásica, Rocío Sánchez iniciaba el ‘Ciclo Luna llena en Menga. Los sonidos del agua‘ que organiza este verano el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, en un entorno patrimonial único, el atrio de Menga.
Fue un embrujo colectivo a un público que tuvimos la suerte de ser hechizados por su música, repartiendo las miradas a la luna, a la piedra milenaria y a los dedos en arpegio de Rocío, mientras nuestros oídos escuchaban el sonido de las cuerdas reverberando en la madera con suaves melodías.
Anoche, cuando la luna llena comenzaba a elevarse lentamente por el horizonte, tiñendo de plata el perfil milenario del Dolmen de Menga, algo ancestral volvió a latir. No fue un rito pagano ni un eco de tiempos perdidos, era la guitarra de Rocío Sánchez Ruiz, que como una sacerdotisa de la melodía, nos envolvió en un hechizo de cuerdas y emociones regalándonos Orígenes.
La cita, organizada con exquisita intuición y exactitud de acierto por el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, comenzó justo cuando Araceli López, Conservadora del Sitio y directora de actividades, tomaba la palabra para presentar el acto. En ese mismo momento con absoluta sincronía poética, la luna apareció tras un cerro, imponente y serena, como si se uniera con nosotros también a escuchar.
Y entonces, el silencio…
…Y Rocío apareció desde dentro de Menga.
Y después, la primera nota.
Su guitarra empezó a hablar susurrando… y nos hizo soñar.
Orígenes nos llevó a través de culturas y siglos, con una guitarra como único pasaporte. Desde el Japón de la delicada ‘Sakura’, flor que se abre y se desvanece en un suspiro, hasta los vivos ritmos de los ‘choros’ brasileños, plenos de luz y alegría. De las milongas argentinas a los suspiros sonoros de Venezuela y Cuba, cada obra era una historia contada sin palabras, con el idioma puro de la música.

Comenzó con raíz y giro americano. El negrito de Antonio Lauro; Un día de noviembre. Leo Brouwer; Tango en Sakai de Roland Dyens. Y, para cerrar la primera parte, interpretó Sakura, ese tema precioso de Yokihiro Yocoh.
Mil aplausos y un silencio cómplice de felicidad por lo que estábamos viviendo, dieron paso a un bloque de música española: Introducción y fandango variado de Dionisio Aguado. Luego interpretó Capricho árabe de Francisco Tárrega ( aquí yo morí de placer auditivo ). Después Asturias, de Isaac Albéniz y para terminar Suite española (Pasacalles de l caballería de Nápoles. Miñona de Cataluña. Canarios) de Gaspar Sanzel.

Rocío, envuelta en la claridad lunar, parecía tocar no desde un escenario, sino desde un lugar muy antiguo del alma. No fue necesario más para una noche perfecta.
Pero ella, simpática y agradable como es, nos regalo como bis: Choro Sons de carrilhoes de Joao Pernambuco. Nosotros solo pudimos darle millón de aplausos más, porque sobrepasada la medianoche, la piedra y la vida ya exigían otros ritos.
Fue un acto de belleza honda, sin artificios ni distracciones.
Una guitarra, la noche, la luna llena, y la piedra milenaria.
Y entre ellas, Rocío Sánchez, una artista estudiosa e intérprete virtuosa de la guitarra clásica que nos embrujó.
Ayer, en el atrio del Dolmen de Menga, la historia, la naturaleza y el arte se unieron en un instante perfecto, como muy pocas veces sucede. Y me encantó ser testigo.
