Instrucciones para contemplar la luna | Por Juan Antonio López Rama

A no ser que hayáis notado, sobre todo los hombres, algún síntoma emocional que os haga sospechar de una cierta propensión a padecer de licantropía, en cuyo caso, deberíais abandonar de inmediato estas gozosas prácticas contemplativas y evitar a toda costa salir de casa en noches de luna llena, ni se os ocurra consultar un calendario lunar para calcular el momento idóneo en que este satélite de nuestro planeta nos pudiera ofrecer su fase más bella o sugestiva. Estos asuntos es mejor dejarlos al azar, a la pura casualidad, para no perder ese efecto sorpresa. Esa sacudida ante la contemplación de algo tan bello como inesperado que nos deja sin aliento. Como una pequeña muerte a la francesa que nos hace sentirnos tan, tan vivos. Que nos inspira poemas e historias o nos hace rememorar algunos «versos tatuados en nuestra memoria», expresión que tomo prestada de un poemita precisamente de Julio Cortázar, mira tú por donde… Versos como estos de Machado:

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.


Entre los ecos, entre las voces, una: tu voz literaria. Escúchala, sigue dándole forma, ensaya, entrena, afina, pule su tono ante el espejo del papel o la pantalla en blanco.
Aunque al principio te pueda parecer como una especie de efecto luna, reflejo de esos soles literarios de las lecturas que a lo largo de tu vida te deslumbraron, casi sin darte cuenta se irá transformando en un nuevo sol con un brillo único, distinguible y genuino.
Seamos conscientes de que, cada uno de nosotros, no somos ni podemos ser satélites. Somos seres con luz propia, con un corazón sensible capaz de iluminar y dar calor.

Un último consejo para contemplar la luna de este humilde maestro de primaria, ahora afortunado abuelo, que siempre disfrutó y sigue disfrutando con la cercanía y complicidad de esos «locos bajitos» a los que canta Serrat: para contemplar la luna, para apreciar los reflejos luminosos de la realidad de la vida en la obra literaria e indagar en ellos, como lectores o creadores, no perdáis nunca la mirada curiosa, sincera, fresca y libre de prejuicios de la niña, del niño que lleváis ahí muy adentro. Como, sin duda, lo hizo hasta su último aliento Antonio Machado. Hasta su último verso anotado a vuela pluma en un trozo de papel, ya en Colliure, encontrado unos días después de su muerte por su hermano José en uno de los bolsillos de su viejo gabán:
Estos días azules y este sol de la infancia.

| Juan López Rama (Antequera, octubre 2023)

Juan Antonio López Rama Antequera (1959). Maestro de primaria que, como la protagonista de Historia de una maestra de Josefina Aldecoa, también con el paso del tiempo me di cuenta de que lo que me dan los niños vale mucho más que todo lo que ellos reciben de mí.

Muy aficionado a la lectura en verso y prosa, aunque tuve muy buenos profes de lengua española y literatura, mis primeros maestros en esta materia fueron sabios casi iletrados; gente muy humilde, mujeres y hombres del campo; lúcidos poetas y narradores a la intemperie. «Porque la verdadera poesía la hace el pueblo», como bien dijo Antonio Machado. Así, entre mis muchas lecturas de grandes autores universales, aún sigo echando de menos aquella incomparable polifonía de voces de la literatura oral de mi niñez.

Ahora, como componente del Taller de Escritura Creativa, entre mis compañeros, sigo contando con luminosos y cercanos maestros de la palabra, que me inspiran, me enseñan y, sobre todo, me hacen disfrutar de nuestra lengua y sus infinitas posibilidades expresivas, mientras compartimos sesiones literarias apasionantes.

Como apasionantes son los momentos vividos sobre el escenario y fuera de él con mis colegas de la Escuela y de la Asociación Antequera Teatro.